Uno de los recursos cinematográficos más utilizados tanto para los géneros de terror, ciencia ficción o catástrofes como para el de suspense es el de un cenutrio metiendo las narices donde no debe. Ése es el arranque que justifica todas las calamidades que se sucederán a partir de ese momento en la pantalla. Es la constante revisión del mito de la caja de Pandora; la de un atolondrado abriendo la tapa por donde han de salir toda clase de desdichas. Ahora están de moda los zombis, muertos vivientes, cadáveres ambulantes que se dedican a jorobar y a los que no hay dios que liquide.
Zoquetes inquietos por abrir la caja de los truenos abundan últimamente. Estábamos muy tranquilos historiográficamente hasta que se les ha dado por cavar en sus mitos fundacionales. Y de tanto darle al pico (y a la pala), lo que han logrado es sacar de su tumba a decenas de muertos vivientes –temibles operarios del recontraespionaje–, que han pasado al contraataque para poner (una vez más) los puntos sobre las íes y para advertirnos (por enésima vez) que España es una y sólo una, –o como mucho dos o incluso tres, como Dios, que es uno y trino– grande, con una historia común y unidad de destino en lo universal. Los neanderthales que habitaban la península ya eran españoles. Y de aquellas lluvias estos gloriosos lodos.
Catalanes y vascos, únicos agitadores para la Muy Noble Cofradía del “¡Santiago y cierra España!”, han dado tanto la murga con su historia y sus orígenes, que los guardianes de la esencia española, hasta ahora adormecidos, se han levantado con renovadas fuerzas con la intención de repartir obleas y han resuelto que frente al “adoctrinamiento” de aquellos, opondrán ellos “educación”. Ante las falsedades, tergiversaciones y delirios nacionalistas, presentarán verdades históricas incontestables. Los niños, inocentes víctimas del lavado de cerebro en sus respectivas comunidades, verán la luz, caerán del caballo como Pablo camino de Damasco y sabrán al fin de la fe verdadera. Ya asoman por ahí de nuevo la Hispania romana y la Roma española, los visigodos y la “invasión” árabe. La Reconquista. Sus católicas majestades, los Comuneros. América y el segundo Felipe. Y ahora, para no dejar flecos, protagonismo para la corona de Aragón. Astuta maniobra que sirve para apaciguar a unos, darles en las narices a otros y dejar claro que también eso fue España.
¿Y los gallegos? Pues como resulta que no tenemos historia, ni lengua, ni cultura... nada, aquí, tranquiliños, esperando mansamente a que nos ilustren otra vez sobre la lista de los reyes godos, lo de Guzmán el bueno, el Cid, las vicisitudes de Padilla, Bravo y Maldonado, y lo guay que eran la católica Isabel y lo listo que era en realidad el marrano de su consorte. Nos querrán incluso colar al capitán Trueno. Si los americanos del cine se la metieron doblada con lo del fiambre volandero a Menéndez-Pidal –“lacoruñés” de pro y exquisito sastre de trajes a medida– y tragó, es que aquí ya vale todo