Esta pasada semana se celebró la 5ª edición del Festival Mar de Mares, una iniciativa medioambiental que, preocupándose por la salud de los océanos, busca concienciar sobre la necesidad de cambiar hábitos para ayudar a su sostenibilidad..
De las conferencias que se impartieron me encandiló la exposición de las hermanas británicas, Amy y Ella Meek, de 12 y 14 años. En unos talleres escolares trabajando sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (algo que deberían trabajar en todos los colegios del país) idearon el proyecto “Kids against plastic”. La idea llamó la atención de autoridades británicas y europeas y prendió en la conciencia medioambiental del país. La fuerza e ilusión de las hermanas explicando su iniciativa es tremendamente inspiradora.
Su mensaje es simple: Estamos matando los océanos llenándolos de plásticos que no pueden procesar, hagamos algo para pararlo. Y lo dicen con un lenguaje adaptado a jóvenes de su edad, pero que los mayores entendemos meridianamente, avergonzados.
Para el cambio necesario “solo” hace falta conectar conciencias y coordinar los actos de millones de personas. Y digo personas, porque la verdad, dudo de la capacidad de las multinacionales para revertir la ecuación a corto plazo y también de la de los Estados para doblarles el brazo a la velocidad necesaria. Si lo dejamos todo en manos del regulador será demasiado tarde, porque el cambio climático no espera y nos está atrapando. La conciencia medioambiental empresarial, aunque está mejorando, suele mudar lentamente y, muchas veces, por presiones mediáticas o sociales que penalizan sus consumos o castigan la cotización bursátil. Mientras rentabilicen suficientemente su actividad, van a cambiar a regañadientes. Y si no que se lo pregunten a los compradores de aceite de palma para fabricar chocolatinas o a los propietarios de marcas de zapatillas fabricadas por niños en el sudeste asiático, por citar solo dos recientes ejemplos planetarios de los más dolorosos.
Por eso es tan importante hacer que la gente tome conciencia, decirles que sumar gestos individuales es poderoso, que está en nuestras manos la solución si actuamos coordinadamente. Las hermanas Meek persiguen eso, crear conciencia, inspirando a jóvenes de todo el mundo para ser embajadores del cambio climático, replicando su proyecto y sumando voluntades de cambio. Le dicen a los jóvenes, con una pícara sonrisa, que consigan que su familia y amigos asuman la necesidad de cambiar hábitos de consumo, en su día a día, para ayudar a la sostenibilidad del planeta y que multiplicando el ejemplo podremos conseguir que las cosas cambien. Y es verdad. Si educáramos a la juventud para ser embajadores del cambio climático, insuflándoles la ilusión y energía necesaria para ser el ejemplo que los mayores necesitamos, con la fuerza y autoridad que les da saber que es su futuro lo que está en juego, quizás las cosas cambiarían a la velocidad necesaria. Pero en las aulas, salvo casos aislados, no tratan estos asuntos, no se educa medioambientalmente para evitar el cambio climático. Y la fuerza que tienen los hijos sobre sus padres es enorme, especialmente cuando nos dicen qué hacer para proteger su futuro.