Los escépticos, los pesimistas y los existencialistas sostienen que “nacemos para la muerte”, cuando en realidad y aunque somos mortales, nacemos para la vida. Lo mismo le ocurre a las plantas que se agostan y marchitan, pero nacen y brotan para florecer y dar fruto.
Por eso, cuando Ortega y Gasset dijo que “tanto vale decir que se vive como que se desvive” entendemos que sería mejor pensar que “tanto vale decir que se vive como que se pervive”, pues mientras se pervive hay vida, salvo que se piense también en “sobrevivir”, propio de todo sentido transcendente de la vida.
Lo anterior está relacionado con la afirmación frecuente de que en la vida solo somos dueños del presente, es decir, del “aquí” y “ahora”. Esta tesis sostenida por muchas corrientes filosóficas considera que solo existe el presente. Así lo reitera actualmente el historiador israelí de los procesos macro históricos Moah Harari al decir que “no podemos cambiar el pasado; no podemos vivir el futuro. Únicamente podemos actuar en el presente. Por eso, el conocimiento solo es útil de verdad si nos ayuda a enfrentarnos mejor al momento presente”.
Esa posición niega que el presente sea, para los seres humanos, una cierta anticipación del futuro. Si no fuera así, las personas no serían previsoras ni tendría sentido ningún proyecto o esperanza de vida.
Cierto que el pasado no vuelve y el futuro es incierto y está por llegar; pero ese futuro, llegue o no llegue, podemos “prefigurarlo”, es decir, contribuir a que se produzca de una u otra manera.
En definitiva, una vida sin futuro es una vida muerta y esa situación de “dejarse llevar” conduce al fatalismo. Decir, como Epicteto, que “no debemos preocuparnos por el pasado ni por el futuro y sí por el presente que es sobre el que tenemos algún poder de decisión”, es desconocer o no darle importancia a que, de alguna manera, somos hijos del pasado y padres del futuro.
El ser humano no puede desprenderse de lo que fue, ni de lo que quiere o aspira a ser. La vida nunca parte de cero; siempre tiene un debe y un haber anteriores. Vivir solo el presente es negar la vida misma que, aunque se desarrolla en el presente, trata de buscar, adivinar o alumbrar el futuro. En eso consiste precisamente el “porvenir”.
El hombre no puede vivir de lo que pasa, sin pensar en lo que pasa y por qué pasa. Lo contrario sería caer en el mayor grado posible de “pasotismo”.
Si el hombre es el “yo y su circunstancia” según Ortega, cuando las circunstancias dominan o se imponen al yo, este no existe o desaparece.
En resumen, vivir es mirar más al futuro que al pasado, porque el pasado concluyó definitivamente y el futuro, aunque incierto, está “por venir”. El pasado es la memoria de la humanidad y el futuro la esperanza en su progreso y desarrollo.
Solo el hombre tiene “capacidad prospectiva” pues el pasado solo se puede recordar; en cambio el futuro se puede imaginar.