Fe y confianza son conceptos muy comunes y relacionados pero de distinta naturaleza y categoría.
Tener fe es aceptar una idea o doctrina sin someterla a crítica o experiencia alguna. El acto de aceptarla es voluntario; el de sentirla, propagarla y defenderla es propio de los fieles, es decir, de los creyentes, apóstoles o partidarios de la fe.
La fe no nace espontáneamente; es enseñada y aprendida y puede ser reforzada, mantenida o discutida y rechazada.
Nietzsche llegó a afirmar, que “tener fe significa no querer saber la verdad”.
La fe no puede referirse a lo que se conoce y comprueba física y empíricamente. La fe no busca la certeza ni la verdad, sino la adhesión a unas ideas o principios que pueden tener antecedentes históricos, pero que no son hallazgos científicos ni acontecimientos dotados de indiscutible certidumbre. Sobre éstos, no cabe tener fe o no tenerla; es decir, o se conocen y aceptan, o se aceptan por la fe en quienes nos los comunican y transmiten. En estos casos, la fe no radica en la realidad de los hechos, sino en la credibilidad de la autoridad o persona que nos los narra o escribe.
Sigmund Freud decía que, “somos lo que somos, porque hemos sido lo que hemos sido” y que, “como a nadie se le puede forzar para que crea, a nadie se le pueda forzar para que no crea”.
“Confiar es difícil. Saber en quiénes confiar mucho más” decía María V. Snyder.”
Más que discutir la realidad o credibilidad de los hechos, la fe se dirige a creer en la intervención divina que actúa sobre los mismos, es decir, descubrir a Dios en los hechos de los hombres y su posible participación en los mismos.
Según San Pablo, “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. En la primera frase, “certeza de lo que se espera”, la fe se basa en la esperanza; en la segunda frase, “la convicción de lo que no se ve” es un acto puro y simple de fe.
La confianza, por su parte, es, en cierto modo, confiar o tener fe en los demás, es decir, a favor de las personas que, por su actividad o ejemplaridad, son dignas de ser creídas en sus acciones, opiniones y pensamientos, es decir, haber constatado su rectitud y bondad, como inspiradoras de la confianza que despiertan en nosotros.
La fe se practica pero no se demuestra; la confianza se practica y se demuestra. En la fe no se admite la duda; en la confianza cabe la desconfianza, es decir, cuando la persona no se comporta con la dignidad debida.
La confianza debe presumirse siempre a favor de toda persona; por eso, no es aceptable el aforismo “desconfía y aceptarás”, pues si ése fuese el principio inspirador de toda conducta humana, nadie creería en la virtud ni tendría confianza en las demás personas para relacionarse con ellas.
Según Juan Pablo II, “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.
La fe se fundamenta en la creencia; la razón en la evidencia.