Las últimas pruebas sobre la trama de corrupción de Convergencia Democrática de Catalunya han cerrado el cerco sobre el partido de Artur Mas, demostrando que la financiación irregular ha sido una constante desde hace muchos años. La reacción de Mas no ha sorprendido: “Quieren acabar con mi partido”. Ni una sola explicación sobre pruebas que son difícilmente refutables y que demuestran el comportamiento mafioso de ese partido durante muchos años.
Ni los escándalos de Jordi Pujol y su familia, ni la trama del 3% ha suscitado explicaciones en el independentismo catalán cuando se ha demostrado que una parte importante de su patriotismo estaba sustentada en sustraer fondos públicos. El recurso a conspiraciones y enemigos de Cataluña es una constante para evitar dar explicaciones. Puigdemont responde a las acciones de la Justicia aludiendo que actúa por motivaciones políticas. Justifica la desobediencia al Constitucional y a las leyes con ese pretexto. Y amenaza con seguir su carrera imparable hacia un referéndum ilegal. Lo que no es cierto es que esta trama del 3% no haya hecho mella en CDC. El partido que fuera hegemónico durante la mayor parte de la transición ha tenido que cambiar de nombre para tratar de sobrevivir. ERC le ha dado un rotundo sorpasso y el partido de Mas trata de camuflar su tragedia escondido en las siglas de Junts pel Si.
La tragedia de Mas es que se ha quedado sin perspectivas de futuro y con un partido que es un juguete roto. En Cataluña hay gente que todavía cree que la trama de corrupción no existe y que es una operación negra del Estado contra el independentismo. Pero la realidad es que Mas ha llegado al final de la escapada.