Aunque se hayan querido poner después paños calientes y rebajar la tensión, poco o nada han celebrado en Génova, 13 los veinticinco años de la primera victoria electoral del Partido Popular, que el 3 de marzo de 1996 llevó a la Moncloa a su entonces presidente, José María Aznar. No está el horno para muchas conmemoraciones y festejos, luego de la derrota electoral en Cataluña y del cuestionamiento que desde dentro y desde fuera se está haciendo de Pablo Casado al frente del partido. Los primeros vendavales, cuando todo el mundo habla a toro pasado y hace leña del árbol caído, deben de ser complicados de manejar.
La efeméride ha servido de inevitable ocasión para la reaparición mediática del ex presidente. Y en lo que al partido se refiere, la impresión dominante es que sus comparecencias han resultado reveladoras de la distancia que hoy separa a Aznar de Pablo Casado, uno de sus hijos políticos otrora más queridos.
Sin medias tintas, el ex presidente ha calificado de “catastróficos” los resultados en Cataluña, sin tener en cuenta –me parece- que el declive se venía produciendo desde tiempo atrás: pérdida de ocho escaños en las autonómicas de 2015 y de otros siete en las de dos años más tarde, hasta quedar en cuatro. En pleno furor independentista lo anómalo hubiera sido otra cosa.
En lo que Aznar ha estado más contundente a la hora de marcar distancias –y críticas veladas- ha sido en su constatación de la gran diferencia entre el antes y el ahora del partido: “Antes teníamos un proyecto político claro e identificable y un partido unido”. No ha citado a Pablo Casado por su nombre ni se lo ha reprochado directamente. Pero el actual máximo responsable del PP ha sido el evidente destinatario de las severas advertencias de su no hace tanto tiempo protector.
Aznar reconoce, sí, que los tiempos políticos han cambiado. Pero a su juicio, las claves siguen siendo las mismas: proyecto, partido cohesionado y líder que sea percibido como ganador. Una percepción ésta que en la opinión pública –y nada digamos de la publicada- no existe hoy por hoy.
¿Y qué puede hacer hoy Génova, 13 para revertir la situación y reunificar desde el centro la derecha? Ha sido otra de las inevitables preguntas de estos días. Tanto el ex presidente como los altos dirigentes que le acompañaron en su proyecto alegan una serie de argumentos de pura mecánica electoral y otros para concluir que, por separado, el centroderecha no es alternativa de gobierno.
Como todo, ello necesitará su tiempo y un líder que tire con credibilidad del carro. No será tarea fácil. Porque hoy por hoy la unidad del centroderecha es imposible: Ciudadanos no aporta casi nada y exige mucho. Y encuadrar en este espectro político a una formación todavía tan tosca en formas y contenidos como Vox, resulta improcedente.