Hay dos cosas que se aprenden de corrido, o no se aprenden: la lista de los Reyes Godos y el Alfabeto Griego. El conocimiento de ambas parecía algo del pasado, pues la relación salmodiada de los Sisebutos y los Chindasvintos hace mucho que se sustituyó por fichas en la escuela, y el griego antiguo se fue desvaneciendo hasta casi extinguirse en los planes de enseñanza, pero resulta que una de esas dos cosas, ésta última, ha recobrado súbitamente vigencia y ya vamos por la letra Ómicron en el recitado dramático de la pandemia.
Pero el alfabeto griego ya no sirve, como antes, para ejercitar la inteligencia, sino para enumerar las cepas mutantes del Covid-19 que van surgiendo, lo cual, dentro del horror, también podría servir para afinar la mente si no mediara el egoísmo brutal y suicida de los países ricos que se han apalancado las vacunas para ellos solos. Esta última o penúltima variante del coronavirus, la Ómicron, no habría irrumpido si esos países hubieran compartido el inyectable amortiguador del virus con aquellos otros dejados de la mano de dios. Nos faltan brazos para tantas vacunas como nos ponemos, en tanto que en África, que está a tiro de piedra como hoy lo está, por lo demás, cualquier rincón del mundo, apenas llega al 7% el número de vacunados.
Desde la Alfa, la pandemia nos ha ido enseñando el alfabeto griego letra a letra, contagio a contagio, brote a brote, variante a variante, muerto a muerto, y ya vamos por la Ómicron, la diecisiete. Nos hemos saltado la Ni porque la OMS dice que podría inducir a error al confundirse con la voz “new”, y la Xi por la razón aún más peregrina de que como hay muchos chinos que se llaman Xi, podría molestarles. Como Ómicron no se llama nadie, esa sí vale, al parecer, para nombrar la nueva variante que el coronavirus se ha fabricado aprovechando el yermo de vacunación en los países olvidados.
Ómicron, ya que no las anteriores, podría espabilarnos de una vez y sacudirnos el egoísmo y la estupidez de no ver que o nos salvamos todos o no se salva nadie, pero cuesta ser optimista, pues para la dicha buena, la de una gran parte de la población mundial vacunada, es tarde. Así, lo más probable es que acabemos aprendiendo de corrido, de un trágico tirón, el alfabeto griego hasta la Omega, y vuelta a empezar.