El derecho a contagiar no existe, luego la obligatoriedad de la vacuna no atenta contra él. Semejante obviedad, sin embargo, es percibida sólo por el 15% de los españoles, o, cuando menos, por el 15% de los españoles consultados en las diferentes encuestas que se están haciendo sobre el particular, en tanto que una abrumadora mayoría debe suponer que la obligación legal (y moral, y social) de no atentar contra la salud y la vida de los demás al insignificante coste de un pinchazo, sería una imposición monstruosa, tiránica y anticonstitucional.
A los españoles, que se han vacunado en masa, no les convence que se pueda vacunar un poquito más mediante la coerción, obligada por la pandemia que ya ha dejado más de seis millones de muertos en el mundo, a los refractarios a participar en el único plan eficaz que la humanidad tiene contra el maldito Covid-19. Es más; diríase que ese 85% contrario a la obligatoriedad de la vacuna ni se plantea el debate que podría modificar su opinión, un debate que reclaman, paradójicamente, numerosos políticos de diferentes ideologías que en su momento cosecharon amplio favor electoral, desde Ángel Gabilondo a Mariano Rajoy, pasando por Miguel Ángel Revilla o Javier Lambán, si bien creo que todos ellos hablan de “debate” por mera sumisión formal a las normas de la democracia, pues si por ellos fuera, se instituiría desde ya la obligatoriedad de la vacunación sin más rodeos ni perendengues.
A los españoles no hay quien les entienda, empezando por los propios españoles. Saben que si en nuestro país la incidencia actual de los contagios es mucho menor que en los países del entorno es porque nos hemos vacunado mucho más, un 90% de la población frente a un 70% en la Unión Europea, y, así y todo, no ven con buenos ojos que a aquellos que siguen contagiando más, siete veces más que los vacunados, se les invite amable pero imperativamente a vacunarse, o, en caso de egoísmo contumaz y recalcitrante, se les imponga la sanción correspondiente. Y aún más; ese alto porcentaje que ve horrible la obligatoriedad no ve mal que a los irredentos se les haga la vida imposible de manera tortuosa, ora no permitiéndoles entrar en los garitos, ora ir a trabajar, ora viajar libremente.
Uno, que no tiene que exhibir sumisión a la democracia porque vive desde siempre, pese a lo duro que se hace en tantas ocasiones, sumiso a ella, se dejaría de encuestas y hasta de debates, e implantaría la obligatoriedad de la vacuna salvo, como es natural, en los casos de prescripción médica en contra, pues esa obligación, la de la solidaridad, la del respeto al prójimo, la del socorro mutuo, sería, en las actuales circunstancias, una pura expresión de la libertad, de la verdadera libertad.