El miedo, contra lo que se asegura, no es libre. A nadie se le ocurre, en uso de su libertad, tener miedo. Antes al contrario, si uno fuera libre de tener miedo a esto o a aquello, preferiría no tenerlo ni a una cosa ni a la otra. Así pues, el miedo es una imposición, y en tenerlo a la soledad, a la opresión, a la tiranía, a la pérdida, al accidente fatal, a la injusticia, a la violencia o al desengaño no participa para nada la libertad. Al Ómicron, por ejemplo, hay que tenerle miedo por narices, y se le tiene.
Por miedo a esa variante o mutación del coronavirus, los inversores provocaron ayer la caída de la Bolsa, pero eso, pese a la importancia que le otorgan los noticiarios, no debería preocupar gran cosa a nadie, ni a los propios inversores, de ordinario tan asustadizos y medrosos. Sí, en cambio, la situación de la Sanidad Pública ante el vertiginoso incremento de los contagios, y en particular la de la Atención Primaria, la de sus pacientes y la de sus trabajadores, los unos desamparados y los otros desbordados y exhaustos. Que la Bolsa caiga, incluso que se desplome, va en su naturaleza especulativa, y sus miedos no están emparentados con la enfermedad y el sufrimiento, sino con la mermas de las ganancias. El miedo de verdad, el miedo sumado al que da de suyo el jodido Ómicron, es el que da la desatención sanitaria de la gente y la depresión del personal sanitario.
Tenemos, por un lado, al siniestro Covid que llevamos dos años padeciendo, y, por otro, todas las solicitaciones de las fechas navideñas, también algo siniestras por fuera de lugar en las actuales circunstancias. O hay miedo, o hay desparrame, y lo que hay es miedo. Existen, sí, algunas excepciones absurdas en esta atmósfera cargada de sombríos presagios, y una de ellas, la más absurda seguramente, es la del sorteo de la Lotería de Navidad. Diríase que lo de pillar un dinero sirviera para quedar más a resguardo del tósigo invisible, tal es el fragor ante las doñas manolitas y la brujas de oro, y que esa idea atenuara el miedo. Pero no sólo al virus, sino a la propia posibilidad, bien que remota, de que a uno le toque: el 75% de los que fueron en su día agraciados con el Gordo, se arruinaron en un visto y no visto, y fueron desgraciados.
Decía el pobre Muñoz Seca a sus patibularios carceleros que podían quitarle todo, menos el miedo que le daban. El miedo es lo que es, no es libre, está ahí, y pobres de aquellos que, así suba la Bolsa o les toque el Gordo, no lo sientan.