La relación entre A Coruña y sus bares es tan profunda que muchos de ellos forman parte de las fotos más icónicas de la ciudad o se convierten incluso en reclamos turísticos. Lo fueron en su día las tascas y perviven a medio camino entre el romanticismo y la nostalgia los que han transmitido su encanto de generaciones a generaciones. Sin embargo, esa misma imagen de los supervivientes oculta otra realidad mucho más preocupante para el sector: una alternancia o volatilidad que se lleva por delante cientos de negocios cada año.
Y es que si se toma una instantánea de un barrio cualquier hace unos pocos años y en la actualidad es muy sencillo encontrar las siete diferencias. Somos de bares, pero no siempre de los mismos. Se trata de un problema inherente y difícil de separar de la actividad hostelera en sí, tal y como admite Héctor Cañete, presidente de la asociación de empresarios del sector en A Coruña: “Siempre se abren negocios nuevos, porque la rotación es muy alta, pero en el cómputo total se pierden establecimientos. Las aperturas y reformas son muy llamativas, lo que no se da cuenta la gente es de cuando cierran tres o cuatro a la vez; la pérdida es constante”.
A Coruña roza los 2.000 locales de hostelería, pero sólo en el primer trimestre unos 100 echaron el cierre, 30 de ellos durante el último mes. Solamente equilibra la ecuación el número de altas, que también roza la treintena.
No se trata de una crisis del sector en sí, sino de un cierto hartazgo o una falta de relevo generacional. “La mayoría de los cierres son por jubilación, los bares o restaurantes que cierran no cuentan con una renovación”, advierte Cañete, que cree que los nuevos tiempos han cambiado la percepción de negocio. “La hostelería es un sector duro y hoy en día la gente no está por la labor de determinadas profesiones con dureza: no hay gente para el mar, para el campo... nos hemos hecho una sociedad bastante cómoda, muy de oficina”, añade
Un caso paradigmático es el mítico restaurante Noray, que después de treinta décadas en la avenida de La Marina y la plaza de María Pita echó el cierre definitivo el pasado mes de febrero. No se trata de una decisión comercial, sino de una jubilación sin relevo que ha llevado a la gerencia a traspasar el negocio a un grupo inversor.
Emprendimiento
Durante años se convirtió incluso en una tendencia habitual redirigir la trayectoria vital para emprender una aventura hostelera. Muchos damnificados por la crisis capitalizaron el paro y se aventuraron a un sector, con más o menos suerte.
Hoy en día, esa capitalización se quedaría muy corta. “Abrir un local es muy caro, requiere unos requisitos importantes, desde la maquinaria a la normativa, pasando por la insonorización o las salidas de humos”, subraya Héctor Cañete.
Solamente la maquinaria de un restaurante puede superar los 100.000 euros, con un presupuesto final mínimo de 200.000. Por su parte, un traspaso de bar con una obra mínima se antoja complicado poder situarlo por debajo de los 40.000 euros, cifras a las que ni siquiera el precio de los alquileres da un respiro. “Están más contenidos por el sufrimiento del comercio de cercanía”, sugieren desde el sector.
Desde la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de A Coruña suman la lista de la compra, el aumento de los costes salariales o unas ayudas que consideran escasas a la lista de contras que, según sugieren, lleva a muchos potenciales emprendedores a pensárselo dos veces antes de invertir.