Un señor que madrugó para ir a comprar dulces al convento de Santa Bárbara el pasado lunes les dio la triste noticia de que el papa Francisco había muerto. Sor Teresita es la que se encarga del torno y la que avisó a sus compañeras. La madre superiora, sor María Inés, las reunió a todas para rezar unidas, y pedir por el papa, para su eterno descanso, y también por la Iglesia, para que el Espíritu Santo ayude a encontrar un buen sucesor.
Sor Josefina, que está a cargo del obrador, afirma, mientras prepara unos almendrados que suponen toda una tentación, que el santo padre ha sido un ejemplo porque “se sacrificó por la Iglesia hasta el último momento”. Para esta hermana, Francisco era un papa “con fuerza, muy cercano y sin miedo”, que es como anima ella a vivir la vida, con confianza pero también con alegría.
“Nuestro mundo es pequeño pero no vivimos fuera del mundo”, explica sor Josefina. Para reafirmar sus palabras, suena en su bolsillo un teléfono, que lleva protegido con una funda negra bastante desgastada. “Lo usamos todas”, aclara. No abusan de los medios de comunicación, ni del ordenador, ni del móvil porque todo ello supone una gran distracción de su vida contemplativa. Su ritmo es otro.
La monja explica, que aunque ellas rezan por mucha gente, también hay quienes se preocupan por ellas. “Los coruñeses son maravillosos –afirma–, cuando fue la pandemia, nos llamaban para ver cómo estábamos, se preocupaban y rezaban por nosotras y se ofrecían para hacernos algún recado”.
Aunque la clausura dejó de serlo hace tiempo, no suelen salir demasiado fuera del convento. Pueden hacerlo pero creen que “la vida dentro es mejor que fuera”.
En Santa Bárbara viven actualmente 19 monjas de cinco nacionalidades distintas. Sor Teresita, de 93 años, es la veterana del convento y sor Sofía, con 22, es la benjamina de la comunidad. Están organizadas y cada una tiene una tarea asignada, así como un tañido especial para avisarlas con la campana del claustro si pasa algo. La mayoría no llevan relojes en las muñecas, así que las campanadas que suenan en Santo Domingo marcan el horario.
Su jornada diaria comienza a las seis menos cuarto de la mañana, cuando se levantan. Comienzan el día con un tiempo para la oración; primero en silencio y después, todas juntas. A las nueve desayunan y, a continuación, cada una desempeña el trabajo que tenga asignado: el torno, el obrador, la colada, el huerto...
A la una es la comida y, después, tienen un momento de silencio mayor, en el que cada hermana se retira para descansar, leer o rezar. “La cabeza es un motor y necesita parar”, reflexiona sor Josefina.
A las cuatro y media tienen formación. De español para las que han venido hace poco de fuera, de canto, religiosa... A continuación, si no les ha dado tiempo antes, terminan sus tareas, y a las seis vuelven a la oración (vísperas, rosario) y a las ocho y cuarto, cenan. Tras la cena, llega el tiempo de recreo, que la hermana asegura que es fundamental. “Como las familias al acabar el día, cada una cuenta lo suyo, nos reímos, contamos un chiste... Hay que reírse”, recomienda con energía.
Como ellas mismas dicen, no están fuera del mundo. Y el mundo hoy se mueve a través de internet, así que ellas también han empezado a vender a través de una página web, clarisasdesantabarbara.es.
Han renovado el obrador, que parece el de una panadería profesional, y allí preparan almendrados, cocadas, nevaditos, tarta de Santiago y un bizcocho de frutas especial, con forma de cruz y de paloma, que llaman Colomba de San Francisco, además de los panetone para Navidad.
Una empresa se encarga de recoger los pedidos y del transporte para no interrumpir su vida contemplativa. Ellas revisan los encargos y se encargan de prepararlos al día siguiente, con toda la dedicación y el amor. “Como decimos los gallegos –ella es de Kenia pero lleva ya 15 años aquí–, a modiño”, dice sonriendo sor Josefina.