Coleta al viento en su bicicleta, cinturón de hebilla grande y un trato exquisito en el cara a cara son las señas de identidad que desde hace un cuarto de siglo han convertido a Ángel Couto (Ferrol, 1971) en uno de los rostros reconocibles de la ciudad. Lo sabe bien un público tan fiel que, a pesar de lo ecléctico de su propuesta de negocio se ha hecho habitual y le profesa una fidelidad a prueba de reinvenciones. Desde septiembre de 2016 es el responsable, junto a su mujer Adela Ramírez (Veracruz, México, 1970) del restaurante mexicano Los Farolitos, uno de los cinco mejor valorados de la ciudad en TripAdvisor y, según varios portales de internet, líder en calidad-precio.
De la relación de los coruñeses con la red tiene buen culpa el hostelero, pues de su mano comenzaron los locutorios y cibercafés, hoy un recuerdo del pasado. En dos etapas diferentes regentó Chispas, en la calle del pasadizo de Pernas, donde uno podría surfear entre chuches de todo tipo o a través de la red a velocidades hoy impensables.
Repitió la misma propuesta en la calle del Socorro, aunque poco a poco fue añadiendo alternativas gastronómicas que provocaban colas interminables en la madrugada para hacerse con sus famosos bocadillos, burritos y empanadas. El recuerdo del Tajín aún perdura en varias generaciones de coruñeses. “Sigo teniendo a muchos de aquellos clientes, porque me encuentran vienen y repiten”, comenta sobre aquellos que empezaron comprando horas de conexión a internet y chucherías, y que ahora disfrutan con los platos caseros de su mujer.
Sin embargo, la historia de Ángel sería incompleta sin el 2001 y su viaje a México para conocer a Adela. Aprovechó sus horas al frente del ciber para entablar uno de esas relaciones nacidas del chat. Desde hace veinte años, forma una sociedad inquebrantable y que triunfa sin importar la apuesta de inversión. Eso sí, siempre sin empleados y con los dos al pie del cañón en el día a día. “Mi mujer y yo somos un equipo y nos tenemos que apoyar el uno al otro, luchamos todos los días y las reuniones de empresa son entre nosotros”, advierte.
Con el éxito por bandera en cualquiera de sus experencias y un salón de comidas a reventar seis días a la semana, Ángel Couto podría escribir un manual de emprendedor, aunque su perfil se aleja bastante del ideal de libro de aeropuerto. “La hostelería te tiene que gustar”, advierte. “Yo fui a una escuela de hostelería en Pontedeume, pero no pude terminar; cuando vine a A Coruña mi sueño era tener mi propio local, y ahora ya tengo mi cuarta empresa propia”, añade.
Por el camino a la felicidad también hubo momentos duros, como cuando lidió con la época de mayor esplendor de la calle de Juan Canalejo, hoy del Socorro. “Tengo una puñalada en el cuerpo por haber defendido mi negocio”, confiesa. “Tuve muy buenas experiencias y recuerdos, a costa de hacer muchas horas, pero levantamos esa tienda con mucho esfuerzo; nos reinventamos y 13 años dan para mucho”, prosigue.
Con el reconocimiento popular como aval y el trabajo de su mujer en los fogones como garantía de autenticidad mexicana, Ángel no se atreve a pensar en una quinta aventura. De momento, el volumen de trabajo de la actual hace que, por ejemplo, sea tremendamente difícil conseguir un pedido para recoger sin antelación previa y fuera de horario de sala. Gajes de un negocio entre dos.
Eso sí, tiene claro que quien pase por su local tendrá que ir al cajero antes, porque sigue defendiendo su negocio como la misma vehemencia. “No cobramos con tarjeta, porque trabajo para mis clientes, no para los bancos. Con unos cien recibos al mes, las comisiones supondrían una comida gratis, un simpa para cuatro personas al mes. Tendría que subir el precio de la carta”, finaliza.