Francisco Zanuy nació en Ceuta pero lleva muchos años vinculado a A Coruña. En una primera etapa, desde 1983 hasta 1998, en el colegio Santa María del Mar. Cuando le saluda por la calle alguien que no conoce, siempre piensa que es un antiguo alumno. Ahora está en el centro Fonseca –en una comunidad compuesta por 14 personas–, donde tiene sus misas, confiesa de vez en cuando y acompaña a quien lo necesita. En el día del fallecimiento del papa Francisco, recuerda los tiempos en los que compartieron clase de Teología en Buenos Aires.
"Es complicado decir de dónde soy –explica–; nací en Ceuta, de padre zaragozano y de madre malagueña y yo he estado por todos los lados". A los 18 años entró como jesuita y un año después, lo destinan a Brasil. Al terminar ese tiempo, después de una década, se va a estudiar Teología a Buenos Aires y allí es donde se cruza su camino con el de Bergoglio. Sobre la conexión que les une, asegura que tienen varias cosas en común: "Los jesuitas tenemos un período de formación final que se llama tercera aprobación; él la hizo en Alcalá de Henares y yo la hice allí un par de años después".
Pero donde sí coincidieron fue en San Miguel, en Buenos Aires. A finales de los años sesenta, ambos eran estudiantes de Teología. "Yo fui a Buenos Aires con un grupo de brasileños, compañeros, y fue Bergoglio quien nos llevó en furgoneta a conocer Buenos Aires, es el recuerdo que tengo de él más vivo, de enseñarnos Boca y diversos lugares de una ciudad preciosa", rememora.
Eran una clase de unas veinte personas, entre las que había también alguna religiosa. "Desde entonces, no he vuelto a verle; he tenido noticias de personas cercanas pero no hemos vuelto a coincidir", comenta. El que luego sería el papa Francisco "era cinco años mayor" pero nada hacía pensar en lo que sería su futuro. "Nos resultaba impensable que un jesuita pudiera ser papa", confiesa.
"Poco después de esa época, fue nombrado provincial y coincidió con la dictadura de Videla y fueron momentos muy duros –evoca–, tuvieron a dos jesuitas, que fueron profesores míos, Jalics y Yorio, secuestrados y torturados y Bergoglio hizo todo lo que pudo para liberarlos, aunque algunos le acusaban de que no lo hizo, pero lo tenía que hacer discretamente".
Zanuy cree que gran parte de las respuestas a quién era están en lo que él mismo escribió. Hace unos días que acaba de leer la autobiografía del papa, 'Esperanza', una "especie de testamento espiritual y que explica muchas de las cosas que ha hecho como papa". "Por ejemplo –enumera–, la cercanía a los migrantes, a los presos y a los pobres en general".
En su figura, se juntan su historia personal con el hecho de ser jesuita y argentino. Eso le permitía "ser directo y prescindir de todas las solemnidades y todos los aspectos más lujosos del papado que, desde el primer momento, no los quiso: le quisieron poner los zapatos blancos y él dijo que tenía sus zapatones ortopédicos negros, que se los hacía su zapatero de Buenos Aires".
Sobre su legado, asegura que "supuso un cambio muy grande, una apertura desde la sencillez y la cercanía hacia la gente más oprimida". Zanuy añade algunas claves: "Una es los viajes que hizo; visitó países en los que había muy pocos católicos, Mongolia, por ejemplo, no fue buscando los grandes lugares, que ya habían sido visitados por otros papas; otra es los nombramientos de cardenales que ha ido haciendo, de lugares perdidos la mayoría".
Para los jesuitas, su nombramiento fue acogido "con sorpresa" y la relación fue "muy buena" a lo largo de estos años, aunque los comienzos fueron complicados. "Hubo una cierta tensión con la Compañía cuando fue nombrado arzobispo de Buenos Aires pero una de las primeras cosas que hizo como papa fue ir a ver al general de los jesuitas, darle un abrazo y decir: 'Borrón y cuenta nueva' y el papa no está sometido a la obediencia a la Compañía, sino al revés".
"A mí me ganó el día que fue elegido, cuando apareció en el balcón y lo primero que hizo fue inclinarse y pedir la bendición del pueblo, 'Rezad por mí', desde arriba", confiesa.
En cuanto a las quinielas de los papables, recuerda que "el que entra papa, sale cardenal". Para Zanuy, hay mucha gente que desea que se rompa la línea iniciada por Francisco. "Yo no", dice con una sonrisa. "Siempre es una etapa nueva; depende de la persona, del país de donde venga, de su vivencia personal...". Sobre si el nuevo pontífice será alguien continuista o tendrá su propio criterio, Zanuy lo tene claro: "La persona que le ha elegido ya no está ahí y ya no tiene que rendirle cuentas, es muy libre, y eso precisamente da una cierta garantía... espero".
Espera que no se rompa el legado de Francisco y que se siga avanzando, en aspectos como el papel de las mujeres en la Iglesia. "Ha nombrado gobernadora del Vaticano a una mujer", recuerda. Sobre el nombramiento de diaconisas, asegura que "las cosas tienen su tiempo, el Vaticano y la Iglesia van despacito".