De la tradición bendición de mascotas por San Antonio Abad que tuvo lugar en la Venerable Orden Tercera pueden extraerse varias conclusiones. Por un lado, que el credo y el amor a las mascotas forman una comunión con fuerte arraigo en la ciudad. Por otro, que los perros tienen un dominio aplastante frente al resto de animales de la creación en las preferencias de los coruñeses. De los cientos de tutores y compañeros de vida que acudieron al templo de la Ciudad Vieja la práctica totalidad eran canes, lo que convirtió la iglesia en una muy cristiana área canina.
Que la religión es un templo de paz, o que incluso la música no secular amansa al animal más rebelde quedó patente en la extraordinaria comunión, que no a base de obleas, entre las distintas razas y animales poco acostumbrados a convivir. Incluso lo que años atrás era una inaudible homilía con ladridos ensordecedores pareció ser esta vez un coro que asentía con sus ‘guau’ a cada interpelación del padre Lázaro, encargado de dirigir quizás su oficio más singular del año.
Después de una ceremonia especialmente breve en lo estrictamente religioso llegó el éxtasis grupal con una bendición que obligó al párroco a recorrer cada esquina del templo. Aquellos a los que el agua se les quedaba demasiado lejos se avalanzaban con pasión y fe sobre el oficiante. “Padre, al mío, que está malito”, comentaba una de las feligresas-tutoras. La cara de satisfacción y alivio después de la bendición justificaba una larga espera tanto para los canes como para sus dueños, que en muchos casos había decidido mimetizarse e ir conjuntandos en lo que a ‘outfit’ se refiere junto a sus nuevos ‘benditos’ compañeros.