El final de la rehabilitación del Cine Avenida ha puesto de actualidad la obra del insigne arquitecto coruñés Rafael González Villar (1887-1941), uno de los más importantes de la ciudad. Sus contribuciones al patrimonio de A Coruña (y de su área metropolitana) se pueden descubrir en los rincones más importantes: bloques de pisos, casas, villas e incluso esculturas forman los hitos de su obra, mucho más allá del edificio que ahora se denomina Espacio Avenida y lo convierten en un arquitecto de película.
Muy a menudo su estilo se describe como regionalista, o modernista. Sin embargo, Fernando Agrasar, profesor de Arquitectura y académico de la Real Academia Galega de Belas Artes, lo niega. “Los ‘ista’ con González Villar son una tontería”, afirma, tajante. El motivo es que le tocó vivir una época muy cambiante, de transición. “Estuvo en el umbral de la modernidad. En esos años estaba vigente el modernismo, el art noveau, elementos regionalistas y los primeros modernos”, añade.
En la actualidad, y visto con perspectiva, es posible trazar el desarrollo de la arquitectura, pero en ese momento era muy difícil saber cuál sería el rumbo que adoptaría tanta deriva. “González Villar no resiste ninguna etiqueta, las rompe todas. No está cómodo con ninguna porque en muchas obras hay elementos cruzados”, insiste.
Otro aspecto que llama la atención de su obra es la diversidad. Desde palacetes hasta grandes bloques de viviendas. A todas les dedicaba, asegura Agrasar, una atención exquisita hasta en el menor detalle. Se podía ahorrar en materiales, pero no en diseño: “Incluso los edificios más pequeños eran obras maestras. En lo que se refiere al diseño, siempre buscaba la máxima calidad”.
De tantas obras, resulta difícil escoger una, pero Agrasar reconoce sentir debilidad por el inmueble que se levanta en una esquina de la avenida de los Ángeles, en el número cinco. Sus palabras reflejan su admiración: “Está encajado en la Ciudad Vieja, no renuncia a la arquitectura de su tiempo, pero dialoga muy bien con todo lo que tiene alrededor. Sin galerías, pero con volúmenes acristalados. Aquí se demuestra el carácter culto, europeo, de González Villar”.
Pero, para el gran público, la obra más importante de Villar es el Kiosko Alfonso, el principal espacio expositivo de la ciudad. Ahí Agrasar templa su entusiasmo al hablar del edificio de 1912. “Lo que tenemos ahora es otra cosa. Es una pena que no tengamos el kiosko, podía haberse rehabilitado de otra forma distintas en el 82”, se lamenta. Hay que decir que no es la única reforma que sufrió, así que ahora “no podemos disfrutar de toda la arquitectura”.
Las rehabilitaciones siempre son polémicas. En el caso de la del Cine Avenida, el concejal de Urbanismo y también arquitecto, Francisco Díaz Gallego, ha salido al paso de las críticas que se leían en ‘X’ (antiguo Twitter). “La fachada ha recuperado su tono verde original pero según nos han podido explicar los técnicos, no es fruto de un pintado completo, sino de un lavado y retoque de determinadas zonas. La gente de más edad sí reconoce ver el edificio como antes”, replica.
La planta baja ya requiere más memoria histórica. “El edificio original era como es hoy con la rehabilitación, con ese acceso enmarcado en negro que se pierde en una reforma posterior al añadir más escaparate”, añade el edil de Urbanismo: “El trabajo realizado es muy fiel a la obra de González Villar, obra póstuma, por cierto. Es verdad que hay espacios que se encontraban en un estado deplorable y no se han recuperado miméticamente pero tampoco sería lo deseable en esta intervención”.
Agrasar, por su parte, valora mucho los toques de ‘sezession’ vienesa (una rama del movimiento modernista) que aparecen en la obra de Villar. Por ejemplo, en Villa Molina, que se ubica en Ciudad Jardín. “Dos viviendas en un único volumen, con un precioso zócalo y preciosísimos detalles ornamentales”, enumera. También se pueden encontrar elementos vieneses en el monumento a Concepción Arenal que califica de “típica pieza vienesa, excelente, muy notable, tenía una gran mano para el dibujo”.
Villar diseñó incluso un panteón, el de la familia González Chas, en San Amaro. Un amigo suyo, Matías González, entonces director del Banco de La Coruña, le hizo el encargo. Ambos pertenecían la peña de un café situado en la calle Real que se llamaba ‘La Peña’. A día de hoy, puede verse todavía la rúbrica en la negra piedra del monumento funerario. Para entonces, él ya había perpetuado su recuerdo. Podía temer la muerte, pero no el olvido.