Sin buscar la redención social ni el enjuiciamiento, Ulises Bértolo se adentró en la historia de Ana Garrido, la mujer que lideró el narcotráfico en España saliendo de un pequeño pueblo minero de Asturias. Llegó a ella de casualidad y la pudo conocer en persona, para que fuese ella quien le contase su historia personal. Ahora, Bértolo plasma su camino en ‘La dama del norte’ (Planeta), una novela que presentará hoy en el Sporting Club Casino (20.00 horas).
¿Cómo llega hasta el personaje de Ana Garrido y hasta su persona?
Oigo hablar de ella por casualidad. Me llama un conocido que me dice que ha conocido la historia de una persona que es de película y que le gustaría que tuviese una entrevista con ella, por si me interesaba hacer una novela de su vida. Yo no estaba convencido, porque no quería hacer una historia más de narcotráfico. Pero la entrevista se produjo y, en los primeros minutos, encontré que había algo que quería contar, había una vida muy interesante, intensa, desde la infancia, detrás de la narcotraficante, de la reclusa.
Hablan y le cuenta que quiere escribir sobre ella, ¿cómo lo recibe?
Ya cuando ella acepta la primera entrevista estaba dispuesta a que pudiera ser contada. Sí que es cierto que controló mucho esa primera conversación, porque tenía una especie de coraza. Tuvimos una pequeña charla en la que yo explicaba que me interesaba conocer quien era, saber como una mujer como ella llega hasta ahí desde las antípodas del narcotráfico. Quería comprender qué hay de diferente entre ella y yo, u otra persona, porque es una persona que pensando igual que yo, ha hecho lo que ha hecho ¿podríamos llegar a hacer cosas que pensamos que no haríamos nunca? Yo necesitaría dos o tres vidas para juntar tanto sobresalto (ríe).
Lo que más sorprende es que subyace una persona normal que aplica al narcotráfico lo que fue aprendiendo en su vida ‘normal y corriente’.
Eso es lo que me parece a mí tremendo. El narcotráfico permea, se infiltra en todos los estamentos y ámbitos de la sociedad (sector empresarial, económico, judicial, policial...), porque tiene un vehículo muy poderoso, que es el dinero. Ella, lo que a mí me sorprendía es que viene de una familia tradicional, que nada tiene que ver con el narcotráfico, ni es la amante de nadie que entra por casualidad, sino que entra y no era una persona con un instinto criminal nato, algo que me confirmó la policía. Ella era hermana, era madre, era hija y mantiene esa situación de normalidad, estando en esa industria criminal. No hablamos de buenos y malos y esto es interesante para generar ciertas alertas, con nosotros mismos también, porque no estamos exentos de tomar malas decisiones en la vida.
Llama la atención que ella se abra así sobre su vida, sabiendo de las historias de ajustes de cuentas y represalias.
Claro, han pasado muchos años. Hay juegos de traiciones, persecuciones y cambios de identidad que están basados en su realidad. Ella ha querido contarlo y lo que precipita todo esto, más que un fallo de la organización, una de las más importantes para la entrada de cocaína en España, es un acierto de la Udyco, de la Policía, incautando el mayor alijo de Europa (operación Temple). Cuando se cierra toda la operación policial y se inicia todo el tema judicial, sí que hay algo que ella lleva dentro, dice ‘yo no fui un sapo, no delaté a nadie’, los demás sí, los demás buscaron reducción de condena y fue de las primeras cosas que me dijo, estaba orgullosa de haber cumplido un código de honor, que se lo atribuyo a esa sangre minera de su origen.
¿Le ha abierto la novela el camino para seguir en el futuro con obras similares?
Es cierto que, en este momento, tengo encima de la mesa propuestas de trabajo similares, es una realidad (ríe). Pero lo que realmente me motiva como novelista es encontrar ese punto en la parte humana, en el interior. Lo que me interesa es la parte íntima de las personas, la que no enseñamos al público, esa parte que puedes estar hablando con alguien y estar pensando en algo completamente distinto, ese microcosmos de puertas adentro. Mi ambición literaria es que cuando el lector acabe una novela mía, esos personajes le queden dentro.