Si bien la proliferación de locales de hostelería ha sido en muchos sentidos una bendición para aspectos como la seguridad en la Ciudad Vieja, algunas barreras tradicionales mantienen la oscuridad sobre puntos habituales de reunión. Es el caso de una plaza de Azcárraga en la que el sol nunca brilla del todo y para la que los vecinos, a través de su asociación, plantearon una solución a la concejalía de Urbanismo. 

Según el presidente Leonardo Méndez, la línea con el Ayuntamiento es de entendimiento respecto a las principales urgencias. “Mejorar el estado del firme en la calle de las Damas y la plaza de las Bárbaras, al igual que se hizo con la de la Cortaduría, nos parece correcto”, afirma el dirigente, que recupera el viejo anhelo sobre Azcárraga. “Allí se está arreglando una canalización, pero os parterres y los árboles dejan pasar poca luz y hemos pedido estudiar qué se podría hacer al respecto”, añade. 

Control de acceso 
La llegada de las cámaras de control de acceso resulta una especie de maná que la Ciudad Vieja aguarda para aliviar parte de los males que denuncia de forma recurrente. Y es que, tras casi cinco años de peatonalización, lo que debía haberse convertido en una mejora de la calidad de vida se ha vuelto el problema principal. Y nada como los números para arrojar luz sobre ello: prácticamente 1.800 tarjetas de acceso al barrio entre residentes, una media de 150 anuales desde las 579 originales del año 2018. 

Si todos esos vehículos, que superar con creces la población de la Ciudad Vieja, entrasen a la vez, tendrían que repartirse la oferta de aparcamiento de 218 plazas (94 en el Oceanográfico, 95 en la Maestranza y 25 en el campo de A Estrada), así como las 319 del parking público de A Maestranza. . “La idea es blindar la Ciudad Vieja, que sea un acceso como el de A Marina y que no se escape ningún coche”, afirma Méndez. “El Ayuntamiento nos ha dicho que será la mano dura que los vecinos determinemos, y seremos intransigentes”, finaliza.