Hasta en dos ocasiones Durán Loriga estuvo cerca de convertirse en una calle cubierta. Un planteamiento sin precedentes en España que habría cambiado de forma notable la fisionomía de la ciudad de haberse llevado a cabo cuando estaba previsto, a principios del siglo pasado.
El proyecto se inicia en 1912 por medio del entusiasta coruñés Vicente Fernández Torres, que tenía la intención de prolongar la calle de Fonseca hasta Santa Catalina. Aquella interesante idea quedará sin embargo en el olvido hasta 1927, cuando se retoma; el pleno municipal la examina entonces en una de sus reuniones.
Toman parte en este estudio tres prestigiosos arquitectos del momento, Antonio Tenreiro, Peregrín Estellés y Pedro R. Mariño, quienes forman los planos, presupuestos y redacción de su correspondiente memoria, la cual serviría de base a una de las obras de mayor importancia, que contribuiría en su medida al progreso urbano y comodidad de La Coruña.
visera de cristal
Se trataba de un pasadizo cubierto que se iniciaba en la calle Alameda y se prolongaba por la de Durán Loriga finalizando en la de Santa Catalina. Lo que suponía hacer una importante vía comercial paralela al Cantón Pequeño.
Para llevar a efecto este soberbio proyecto había la necesidad de demoler once casas de la calle Alameda, frente al emplazamiento del actual Banco de España.
Aquella vía cubierta era algo sin igual en ninguna ciudad española y tendría una longitud de 140 metros, por 15 de ancho, cubierta la misma con una elegante visera de cristal que dejaría suficiente espacio para su ventilación. Las casas de dicha calle tendrían una altura uniforme de cinco plantas y entre los edificios de la calle figuraba el proyectado del Palacio de Hacienda (Hoy Archivo, Biblioteca Municipal y otras dependencias diversas que tienen allí su sede) Esta obra destinada a Hacienda, estaba diseñada por el Arquitecto Durán Salgado.
La vía en cuestión se convertiría en un atractivo paseo para las gentes que frecuentan la ciudad, tanto en el periodo de verano, como en los días lluviosos y fríos del invierno, atrayendo hacia ese punto al comercio más lujoso de la ciudad.
costes
La idea principal es que el Ayuntamiento procediese a la expropiación de las fincas afectadas por la apertura de la calle Alameda hasta Santa Catalina y quedase como dueño de los 17 solares, sin contar con el ya ofrecido al Estado para Palacio de Hacienda. La calle sería de pavimento de hormigón asfáltico y las aceras irían de loseta de cemento, su presupuesto de explanación y pavimentación ascendía a 72.634 pesetas. La visera o montera de cristal, se estimaba que costaría del orden del medio millón de pesetas y el total de las expropiaciones, derribo de inmuebles, indemnizaciones, obras y servicios, ascendía a otros; 2.833.576,50 pesetas.
Para ejecutar la obra completa se había planificado la realización de los trabajos en dos tramos. El primero, daría inicio en la calle Alameda y alcanzaría a la de las Huertas, comprendiendo el solar donde se construiría el Palacio de Hacienda, el costo de este tramo se estimaba en 750.000 pesetas, de cuya cantidad 614.100 pesetas, correspondían a expropiaciones, 20.000 para derribo y transporte de materiales y 115.000 pesetas a indemnización a industriales.
Terminada esta fase, se daría comienzo al segundo tramo, cuyo costo se cifraba en 1.318.900 pesetas, de las cuales se aplicarían a expropiaciones 1.243.400 pesetas y 75.500 a indemnizaciones. Mientras que las nuevas casas que se levantaran en la calle de Durán Loriga se harían por medio de subasta pública o concurso.
beneficio
Los solares resultantes de aquellas expropiaciones sumarían por junto los 5.420,69 metros cuadrados, que procediendo a su venta a un valor de 250 pesetas por unidad, darían al Ayuntamiento un beneficio de 1.305.172,50 pesetas. Por lo que únicamente la obra de dicha calle se reduciría a la mitad de su costo. Que habrán de abonar los propietarios de los inmuebles, la suma de 1.281.854 pesetas, lo que se traducía en un gran proyecto de futuro para La Coruña.
Los planos son exhibidos el 1° de septiembre de 1927 en el Atlantic Hotel, junto con su memoria y acuarelas de este fantástico proyecto, contando en los círculos oficiales de la ciudad que aquello, pronto fuese una realidad, cosa que también auguraban los arquitectos inmersos en aquel singular proyecto.
Pero la desdicha quiso que quedasen durmiendo el sueño de los justos deseos irrealizables en esta ciudad. Hoy se nos antoja curioso y posiblemente hubiese sido un gran acierto su construcción; hablaríamos de otra fachada distinta de La Coruña a la actual.