La genialidad de Emilia Pardo Bazán, su vida y su obra sirven de inspiración a generaciones de escritores. Como los que participaron en el concurso de microrrelatos organizado por El Ideal Gallego en colaboración con la Xunta dentro del programa para conmemorar la figura de la literata coruñesa cuando se cumplen cien años de su fallecimiento.
Alumnos de 4º de la ESO asistieron a la serie de charlas desarrolladas en diciembre en varios centros educativos de la ciudad y mostraron sus conocimientos sobre Emilia Pardo Bazán en forma de microrrelatos en los que demostraron su originalidad y calidad literarias. El texto ganador del concurso, que refleja la vinculación de Pardo Bazán con las cigarreras a las que retrató en su obra, es de Alejandra Carballo Otero, que recibió su premio en la redacción de El Ideal Gallego.
En la fábrica se respiraba un ambiente pesado. Se extendía por todo el lugar, alargando una montaña que las trabajadoras llevaban incontables días escalando: un cansancio que incrementaba constantemente y que parecía nunca acabar. Pero siempre, cuando estaban a punto de colapsar, aparecía ella. Aquella mujer que, a pesar de que nunca hubiera envuelto un solo cigarro, conocía mejor que ninguna cómo hacerlo. Aquella que no trabajaba de sol a sol, pero que sabía de sobra el calvario que conllevaba. Aquella que algún día contaría la historia de todas ellas y que, con suerte, lo cambiaría todo… Emilia Pardo Bazán.
Emilia iba a lograrlo, con un pie en el pedal izquierdo, el otro al derecho. Las manos al manillar, la cabeza bien alta y la mochila bien colocada para poder pedalear bien. Sacó una mano del manillar y la sacudió para poder decirle adiós a papá. Sacó la otra para mandarle un beso a la abuela, y antes de empezar a pedalear, gritó un “os quiero” para que nunca se olvidasen de ella. “Por fin voy a lograrlo” decía ella en su cabeza, por fin voy a conseguir mi sueño de contar historias cortas para que la gente las lea.
Cuando echo la mirada atrás y pienso en mi infancia, me viene a la cabeza una sola imagen. Soy yo, en la inmensa biblioteca de mi padre leyendo y leyendo hasta que los ojos se me cierran. Esos eran para mí los mejores momentos, tan solo con la compañía de mis amados libros. Muchos hombres se preguntarían: ¿No debería una niña como yo atender clases de piano o incluso de violín? Para eso tenía a mi padre, quién además un día sabiamente me dijo “Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que los hombres pueden hacer y las mujeres no di que es mentira porque no puede haber dos morales para dos sexos”