Jerusalén sigue desierta el quinto día de la guerra, con la vida comercial en mínimos

Jerusalén sigue desierta el quinto día de la guerra, con la vida comercial en mínimos
Jerusalén afronta un nuevo día de guerra / EFE

 Las calles más comerciales del Jerusalén Oeste, habitualmente atestadas de muchedumbres que van de compras, toman café o salen de bares, siguen prácticamente desiertas y con casi todas las persianas bajadas, el quinto día de la guerra con Gaza, no tanto por miedo como por el profundo choque emocional que dejó el ataque de Hamás el sábado pasado.


"No íbamos a abrir hoy. Pero teníamos algo que hacer en Jerusalén, pasamos por la tienda y abrimos para mostrar que seguimos aquí, que nadie nos puede derrotar y que no tenemos miedo", dice a EFE Gabriella Kanzieper en un negocio familiar de cerámica a dos pasos de la popular calle Jaffa.


"Yo estoy profundamente asustada. Perdí a una amiga el sábado. Estoy esperando para volver al ejército, tengo la bolsa lista en la habitación. Yo era soldado de combate en la artillería. Todos mis amigos están combatiendo ahora mismo y yo estoy muy asustada", confiesa la joven.


El brutal ataque que Hamás, la organización islamista que domina Gaza, lanzó en la madrugada del sábado pasado contra más de treinta aldeas y kibutz del sur de Israel, masacrando a más de un millar de sus habitantes, entre ellos 260 jóvenes en una fiesta de música al aire libre, ha dejado profundamente traumatizada a la sociedad israelí.


Poca atención se presta a la ocasional llegada de cohetes, lanzados desde Gaza, hasta Jerusalén, anunciada por las sirenas antiaéreas y en su mayoría interceptados por el sistema antimisiles israelí, aunque el lunes causaron siete heridos, tres de ellos graves, en la periferia de la ciudad.


"Estamos acostumbrados a que una vez al año haya guerra, caen unos cohetes... Pero esto es algo totalmente diferente, no me lo puedo creer aún", dice Gabriella.


"Yo sí lo entiendo", dice su madre, Madeleine Kanzieper, oriunda de Estonia, "porque me he criado en una familia de supervivientes de la shoa y esto es como un nuevo holocausto".


La ciudad no ha sufrido violencia y, hasta ahora, solo se ha registrado una protesta en las cercanías, concretamente en el distrito de Silwan, en Jerusalén Este ocupado, donde jóvenes palestinos se enfrentaron con piedras y pirotecnia con la policía israelí, que acabó matando a dos de ellos.


Aún así, la calle Jaffa está llena de policías, en vehículos, en motocicleta y a caballo, y las callejuelas peatonales alrededor lucen un aspecto desierto, con todas las persianas bajadas.


"Esta calle es prácticamente solo de bares, suele estar llena de gente. Ahora no abren. No es tanto porque tengan miedo, sino porque nadie está de humor para salir", comenta a EFE el dueño de una zapatería, arreglando las estanterías.


"Nosotros hemos venido porque tenemos cosas que hacer en la tienda, si no, tampoco abriríamos, no hay clientes", agrega.


Pero no solo faltan compradores, sino también empleados: "No hay colegio -se suspendió la vuelta a las aulas tras la semana de vacaciones justo anterior al ataque- y los niños están en casa, por lo que muchas madres se quedan con ellos y no pueden ir a trabajar", explica Madeleine, antes de continuar: "y otros no pueden venir porque no circula el tren a Modiin", un municipio cercano donde viven muchas personas que trabajan en Jerusalén".


Además, desde el sábado, el Ejército israelí ha llamado a filas a 300.000 reservistas, la mayor movilización desde la guerra de 1973, y muchos jóvenes han tenido que abandonar su trabajo para ir.


"Yo tengo un hijo que está en el frente, se iba a casar en pocos días, tengo ya el regalo de boda... y él no está preparado para ser soldado. Creo que de la joven generación israelí, nadie ha nacido para ser soldado. Y si alguien realmente tiene ganas de ir a la guerra, no le daría un arma porque no me fiaría de él. Pero no tenemos más remedio que combatir", dice Madeleine.


Muestra una foto de su hija, en uniforme de combate, sonriendo, con una corona de flores en el casco, de su época en el servicio militar en Cisjordania ocupada.


Gabriella confiesa que aún no puede asimilar lo que sucede, al tiempo que intenta "sonreír por la calle a la gente para decir que seguimos aquí", haciendo apariencia de vida normal.


"Mi hermano está en el ejército ahora y se supone que se va a casar en unos pocos meses y yo estoy buscando un vestido, cuando mi amiga murió hace dos días", resume la joven.

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