Se llama George y su dueño, un anciano que decidió quedarse en Odesa, lo dejó a buen recaudo por si le alcanzaban los misiles. "No me importa morir, pero George es muy joven", le dijo a los responsables del zoo, que hoy ha reabierto sus puertas y guarda 500 animales propiedad de refugiados de la guerra.
George, un loro gris de cola roja de 11 años que sabe decir su nombre y también "slava Ukraini" (gloria a Ucrania), comparte un despacho de cinco metros cuadrados reconvertido en refugio con otra decena de aves, todas activas y parlanchinas. Menos una, amarilla y roja, de la que no se ve ni la cabeza: la tiene constantemente escondida entre las alas.
"Lo encontraron en la calle abandonado, lo habían atacado otros pájaros", explica su nueva cuidadora, Olga, empleada del zoo que ahora se dedica a que no falte de nada a las aves que dejaron las personas de Odesa tras huir de esta ciudad sureña ucraniana amenazada por las tropas rusas, a tan solo 150 kilómetros de distancia.
El zoo, que este año cumple un siglo de vida, acoge también cobayas, serpientes, tortugas, conejos y otros animales que sus habitantes no pudieron llevar consigo. Están en despachos y otras dependencias, esperando, dicen sus cuidadores, a que sus dueños los recojan cuando acabe la guerra.
Ante la amenaza rusa, su director, Igor Belyakov, que publica de cuando en cuando vídeos cantando a la guitarra alentando a la victoria contra los rusos, vive ahora las 24 horas en el zoológico, donde recibe a Efe vestido con una cazadora militar.
Tras un mes cerrado por la guerra, Belyakov decidió reabrir este fin de semana el zoo en horario reducido y a petición popular, para dar a los odesitas que quedan en la ciudad un sabor de normalidad. En él viven 1.500 animales de 238 especies, sin contar a los refugiados.
"Fue nuestra iniciativa anunciar que, por favor, trajeran a los animales exóticos al zoo porque no queríamos que se quedaran solos en casas vacías y murieran de hambre. Cuando la guerra termine, y espero que sea pronto, todos los animales estarán en buenas condiciones y volverán con sus familias", afirma apoyado contra una jaula con seis lobos.
Ante un eventual ataque ruso a esta estratégica ciudad, donde cayeron los primeros misiles el pasado lunes -sin contar los ataques a todas las ciudades llevados a cabo el día del comienzo de la invasión-, Belyakov dice que él no se moverá del zoo.
"Todos los empleados están aquí, hemos almacenado mucha comida, tenemos voluntarios y los zoos europeos están apoyándonos con alimentos. Nos vamos a quedar con nuestros animales pase lo que pase", asegura.
Y es que entre los 1.500 animales hay una elefante de 41 años cuya salud no aguantaría un viaje a otro zoo, dice Ksenia, cuidadora de los roedores dejados por los refugiados, a los que da comida pero también, apunta, el cariño que ya no tienen de sus humanos.
A la elefante, a los monos y al tigre han ido a ver Ksenia y Olga, junto a decenas de odesitas que formaban largas colas en las puertas del zoo en unos días donde cierta sensación de seguridad ha vuelto a esta ciudad de un millón de habitantes de la que muchos han huido, por su cercanía al frente y su carácter estratégico.
"En estos tiempos tan duros prefiero hacer algo, salir a la calle y hacer cosas que solía hacer, además de apoyar al zoo, porque hemos pagado nuestra entrada y el dinero va para los animales", explica Olga junto a su niña, que consigue llevar la situación porque ella se mantiene tranquila.
"Lo más importante es que la madre esté calmada porque le transmites todo a tus hijos", dice esta ucraniana que, como Ksenia, ha decidido quedarse en Odesa junto a sus maridos. "No podemos irnos, es nuestro hogar, tenemos que quedarnos y creemos que todo saldrá bien".
En Odesa, las alarmas han sonado como todos los días, una tarde coincidiendo con las tres explosiones registradas en Leópolis, pero su gente confía en que los rusos nunca llegarán. "Es imposible que ganen", dice un convencido Belyakov.