Hace 26 años que no escribo en este periódico. Entonces, en el siglo pasado, era un trabajador de la tecla. Si no tecleaba, no cobraba. Hoy puedo permitirme el lujo de escribir por amor al arte. “Amor al arte” no implica que lo escrito sea artístico. A veces suena la flauta. Casi nunca música. Y no siempre la música es buena.
Así que soplemos a ver si sale despedido al menos un “pellet” de la arena donde unos limpian granito y otros lanzan toneladas de mala leche. Más que soplar para hacer sonar la flauta estaría bien poder lanzar un grito hipohuracanado (si sabe a qué me refiero, compartimos referentes), que se llevase los plásticos y dejase las conchas. Tampoco estaría mal que se llevase a los incompetentes que no saben valorar un accidente tanto en lo ambiental como en lo político. O a los más jetas que navegan con banderas de conveniencia (un tercio del comercio marítimo tiene pabellón de Liberia o de Panamá) para pagar menos impuestos y evitar controles estrictos de seguridad.
En los medios de comunicación como este, aunque también en las redes sociales que no existían hace 26 años, el que ama el arte, el activista, el periodista que cobra, el político del bulo, el influencer, el streamer, el podcaster, el tiktoker y el resto de la tribu que parimos contenidos sin cesar rellenamos su tiempo como lector o espectador para que consuma, vote y, si no le da mucha pereza, piense. Yo no vendo, ni recomiendo voto (creo) así que seré de los que quiere convencerle de algo igual por el simple placer de estar de acuerdo.
Pues me pongo manos a la obra. Me tiré la década de los 90 opinando a diario en El Ideal Gallego. En 2024 todo ha cambiado. Pero nada nuevo bajo el sol. En 1994 ya había “haters” amenazando por correo electrónico. Y debates “forococheros” en las BBS (si sabe a qué me refiero…etc, etc). Aunque sea por amor al arte, a ver si me salen títulos tan atractivos que alguien lea un dato que le haga replantearse una opinión. Ya, ya sé que es imposible. Solo leeremos con nuestro sesgo de confirmación, con atención selectiva, con retención beneficiosa para nuestra supervivencia moral e ideológica. Si lo digo en inglés luce más: cherry picking. ¿No?, ¿le parece una imbecilidad? Tiene razón. Picotear cerezas, eso sí que luce. En el universo de las falacias, ésta es una de las que nos hacemos a nosotros mismo: solo picoteamos las informaciones y opiniones que contribuyen a reforzar nuestros prejuicios. De lo contrario, nos revienta el cerebro.
Por todo esto asumo este intento vano de encontrar disonancias cognitivas… perdón, que me flipo. Lo digo de otro modo. A ver si encuentro alguna vez un dato que nos levante de nuestro sofá de convicciones, tan sólidas como el poliuretano en que posamos nuestros glúteos. O, en caso contrario, dispare el ardid intelectual que usamos para desechar aquello que no coincide con nuestra forma de pensar.
Va. Unos aperitivos de prueba: España tiene una renta per cápita de 30 mil dólares. El estado más pobre de los USA, Mississipi, tiene 45 mil. El de Nueva York, 100 mil. Galicia, 26 mil. Otro dato: En 2021 (el INE va algo lento) más de 4.000 sujetos fueron absueltos en sentencia firme por violencia de género. 33.000 fueron condenados. Venga, el último por ahora: cada español, portugués o saudí (hala, picoteo de cerezas) genera al año 500 kilos de basura; cada canadiense, 700. Lo lusos lanzan 3,8 toneladas de CO2 anuales; los españoles, 5; los canadienses, 14,8; los saudíes, 16,6.
Perdón por ceñirme a la agenda: economía, feminismo, medioambiente… Pero les dejo que jueguen, si quieren, con estos datos hasta que coincidan con su forma de pensar. En el fondo, como ocurría hace 26 años, solo que por el amor al arte.