El deporte profesional nunca me ha interesado demasiado. No formo parte del enorme negocio que lo rodea, no tengo vocación de espectador salvo que el espectáculo sea extraordinario, nunca me he sentido hincha de ningún equipo y mis capacidades atléticas solo dieron para divertirme, no para vivir de ellas. Qué se la va a hacer. Pero este fin de semana decenas de miles de coruñeses tienen el corazón en un puño. El puño del Deportivo, especialmente. Y también el puño del baloncesto. Digo bien. No es el puño del fútbol y el puño del Básquet Coruña. Porque el Deportivo ha demostrado ser mucho más que fútbol y el Básquet Coruña es, sobre todo, baloncesto, el sueño eterno de alcanzar la elite de tantos aficionados y jugadores durante décadas en todo tipo de categorías, equipos y pachangas callejeras alrededor de una canasta que siempre ha existido en esta ciudad.
Pero, como decía, más que las competiciones profesionales, me interesa el deporte aficionado, que la gente juegue, corra, nade… Y el que se hayan multiplicado los practicantes de todo tipo de actividad física muestra una evolución social muy positiva, como indicador de cultura, de bienestar económico e incluso de un forjado psicológico que se ha ido perdiendo en otros ámbitos: me refiero a premiar el esfuerzo, el mérito y el trabajo en equipo. Sin duda la construcción de instalaciones deportivas, piscinas, gimnasios, pabellones, campos y pistas de todo tipo ha tenido mucho que ver. Instalaciones públicas y privadas, siempre dignas de aplauso, aunque no sean perfectas.
Ocurre que el posible ascenso del Básquet Coruña a la ACB ha puesto de manifiesto algo que clubes y aficionados conocen a la perfección: las instalaciones hay que mantenerlas y mejorarlas constantemente. Esa es la gran asignatura pendiente del deporte coruñés. Probablemente también del deporte español. Imaginen, por ejemplo, que con el descenso del Deportivo se hubiera abandonado Riazor y el club acabase jugando en campos semejantes a los de otros equipos de su categoría. Buena parte del alma deportivista se habría marchitado. Las instalaciones en condiciones son esenciales para que la afición y la práctica se mantengan.
Cierto que la cultura del mantenimiento brilla por su ausencia en la gestión de lo público, lo común y hasta lo individual. Compramos una casa y mientras no se rompe algo ni se nos ocurre revisarlo. El mantenimiento de vehículos no suele ser una preocupación generalizada según comentan los talleres; de hecho, fue la excusa para crear las ITV, aunque todos sabemos que solo era la excusa. El cuidado de las zonas comunes de las comunidades de propietarios son el principal motivo de desavenencias vecinales. Y los políticos disfrutan inaugurando carreteras, aeropuertos, edificios… e instalaciones deportivas. Pero no manteniéndolas. Que se lo digan a la A6 y a la red viaria en general.
Ahora hay que improvisar una mejora del pabellón de deportes, un edificio con eterna mala fama a pesar de sus cualidades arquitectónicas. Claro que cuando escribo estas líneas no sé lo que ocurrirá con el ascenso del Leyma. Pero al margen de si se logra o no, obviamente hay que acometer la obra. Ya resulta bochornoso esperar a tan última hora para tomar la decisión. Como sonroja pensar en la posibilidad de que el Coliseum se ponga a alternar conciertos y torneos con periodicidad quincenal.
La afición del Deportivo se merece un campo como Riazor. Mucho más incluso que el propio “Deportivo SAD”. Y el baloncesto coruñés se merece un pabellón para la ACB igual que el Básquet Coruña que, con su trayectoria de años trabajando la base, ya es hora de que reciba su reconocimiento. Ojalá la suerte acompañe. Que asciendan y nos tomemos en serio eso de “mantenerse en forma”.