se puede entender, no sin algún esfuerzo, la lógica bancaria, que nace del propósito exclusivo de ganar dinero y que se desarrolla en función de ese único objetivo, pero esa aspiración casi mística por perseguir el raro éxtasis del acopio ilimitado, sin fin, le podría estar jugando una mala pasada a los bancos, aunque ya se la está jugando a sus clientes, que son, a fin de cuentas, el tradicional filón del que extraen su riqueza. La mala pasada que les jugará a los bancos su ansiedad siempre insatisfecha, aunque los banqueros crean lo contrario, se llama banca digital o banca “online”.
Una lógica puede ser lo que quiera, pero no absurda, que es el extremo al que ha llegado la bancaria al sacrificar su esencia, y a buena parte de su filón, en aras de la conservación del máximo beneficio inmediato. ¿Que qué esencia es esa? Muy sencillo: la presencia, esto es, la seducción física de la seguridad y la seriedad en la custodia y administración de los ahorros, los depósitos, las pensiones, los valores o las nóminas. Con la impagable complicidad de Internet, ese monstruo, los bancos se han esfumado, han desaparecido de la faz de la tierra, se han vaciado, particularmente para los 10 millones de mayores españoles para quienes el banco era un señor o una señora trajeados que, si bien barrían siempre para casa, les conducían por los laberintos dinerarios con cierta humanidad.
Eso se ha acabado para los 10 millones de mayores y para cuantos, no siéndolo tanto, se resisten a sustituir la consulta, la gestión o el trámite bancario con su guía/empleado por un cajero sucio y maloliente que está en el quinto pino y tantas veces ni funciona, por una conversación telefónica con un robot o por una página digital ininteligible que, encima, pudiera estar jaqueada. Más de la mitad de las oficinas bancarias (donde las entidades oficiaban sus liturgias) han cerrado, decenas de miles de empleados han sido despedidos, y los consejos de administración sólo ven eso, ya digo, el aumento de los beneficios, y no las consecuencias que traerá, así en el orden del perjuicio social como en el de los propios beneficios futuros, pues si a alguien se le ocurre montar hoy un banco físico, a la antigua, con sus oficinas, sus empleados y sus sartenes, se forrará seguro con esos más de 10 millones de clientes potenciales, hoy despreciados y desamparados.
Los mayores ni entienden Internet ni quieren, ni en la mayoría de los casos pueden, relacionarse de esa manera penosa y absurda con el banco, que siempre estuvo representado por un ser humano como ellos. Y qué decir de los mayores de la España vaciada, que ya ni pueden sacar algo de metálico con el que pagar el pan al admirable repartidor que todavía llega con la furgoneta, tocando la bocina, a sus pueblos helados.