Son cinco minutos. La vida es eterna en cinco minutos, cantaba Víctor Jara en la bella Te recuerdo Amanda: cuando nada importaba, tu sonrisa era ancha, y la calle mojada, y la lluvia en tu pelo.
Seré breve, que el bien más escaso es el tiempo, mientras todo lo que acontece y no es inmediato tiende a despreciarse. Escribo con la música del cantautor chileno de fondo, en la cocina. A mi hija le ha gustado la canción, la escuchamos de nuevo. Se gradúa en unos días, como tantos jóvenes que ahora tienen el corazón en un precipicio, con la EBAU a la vuelta de la esquina: percentiles definiendo su éxito. Y es tiempo de discursos.
Nuestros hijos e hijas recibiendo disertaciones sobre la excelencia, la consecución de metas y logros, alocuciones sobre su responsabilidad futura. Es ahora, les dirán, bajo el escudo, la bandera, o el himno del colegio o instituto que los ha visto crecer. Apasionadamente responderán nuestros chicos, vestidos para la ocasión, agradecidos, emocionados, expectantes, con las prisas que otorga el miedo tímido de la juventud. Toda su magia y toda nuestra emoción supliendo la falta de más horas de la asignatura de Oratoria en su currículum.
Hacedora de palabras, ese es mi trabajo, ¿qué le diré yo? Quizá que no se engañe, que el éxito no llega rápido, que lo pequeño es grande, que lo breve es perdurable, y lo más simple, es complejo. El tiempo ha pasado en cinco minutos, lo sé, lo sabemos, pero no les digamos a nuestros hijos que mañana es tarde, ¡no es cierto! No al menos ahora que tienen la única edad posible para robarle tiempo al tiempo, para equivocarse, para empezar un camino, retroceder, girar, coger otro.
¿Cuál será su logro final? Ojalá la sencillez, en extremo difícil de conseguir. Lo simple. La bondad, la verdad, la belleza es simple: «La simplicidad es la máxima sofisticación», son palabras de Leonardo da Vinci.
La locura de este mundo ya la ven. Ni profesores, ni padres, hemos podido enseñarles a gestionar el dolor, la adversidad, sabiendo que eso se aprende de golpe cuando llega.
¿Qué le diré yo? Además de gracias, por ponérmelo tan fácil, que vaya despacio, que oponga resistencia a la urgencia y a lo instantáneo, tan interiorizado hoy en nuestra forma de vida. Que puede equivocarse, ¡claro!, que no busque respuestas, que persiga las preguntas.
Leyendo a Jorge Wagensberg: «Cambiar de respuesta es evolución. Cambiar de pregunta es revolución».