Hace unos días, el presidente del PP reflexionaba en el contexto del día después de las elecciones generales, que las coaliciones no son buenas. Vista la experiencia reciente española, incluido el gobierno de Castilla-La Mancha, creo que a Feijoo le asiste mucha razón.
Lo que hemos visto a lo largo de la presente legislatura y lo que veremos de aquí a las elecciones es realmente desalentador. Nos encontramos con un Presidente que no puede tocar a casi la mitad de su Gobierno porque, sí, son sus ministros pero sin potestad sobre ellos.
Es desalentador ver como se aprueban leyes que buena parte de los socialistas califican de erróneas y que se aprueban en un Consejo de Ministros que es un órgano colegiado, aunque luego se hacen de nuevas y la ley del sí es si, no es del Gobierno, es de Irene Montero. Y si este ejemplo, uno de los muchos que se pueden poner, resulta desalentador desde el punto de vista de la correcta función del Ejecutivo, es muy fácil pasar del desaliento al enfado supino cuando desde el lado socialista nos cuentan que la derogación del delito de sedición o el abaratamiento de la malversación no es cosa suya, son los grupos parlamentarios quienes toman esas iniciativas y ellos, los socialistas del Gobierno, poco menos que pasaban por allí.
Lo malo es que a lo mejor hasta se lo creen engañándose a sí mismos confiando en la amnesia de los españoles. Me temo que sus fieles socios no se lo van a permitir aunque el mismo día de las elecciones acudan en su auxilio aunque, como ya nos tienen acostumbrados, se pongan en plan duro. Tantas veces han dicho que “de momento no hay acuerdo” y el acuerdo estaba hecho que eso mismo es lo que ocurrirá el mismo día de las elecciones.
Si vamos a las autonomías, nos encontramos como Roció Monasterio, de VOX, se carga caprichosamente los presupuestos de la CAM, y en Castilla y León, su ínclito vicepresidente, sin competencias concretas, se mete en camisa de once varas iniciando desde el Gobierno su propia campaña electoral bajo el lema “provida”.
Aquí también, Mañueco, como presidente del Gobierno, no debería perder la oportunidad de recordar a su vicepresidente en dónde no se debe meter.
Es verdad que las mayorías absolutas parecen pertenecer al pasado y todo apunta a que, gane quien gane, las elecciones tendrá que buscar apoyos externos para poder gobernar pero habrá que convenir que si hay que pactar, los pactos que se alcancen sean bajo otros criterios y límites que nos eviten los espectáculos lamentables que hemos vivido.