Con una diferencia de veinticuatro ven la luz las dos comisiones que aquí y ahora son presentadas por el PSOE y el PP, sus entusiastas patrocinadores en el Congreso y el Senado. Son sus respectivas lámparas de Aladino como vías seguras hacia la verdad “caiga quien caiga”. Se frota y basta. Pero de eso, nada de nada.
El argumento es intercambiable e igualmente tramposo. Apañado estaría el ciudadano si esperase conocer por la vía política las verdades que se ocultan tras los numerosos episodios de inmoralidad en la vida pública que fueron, son y serán. Trátese de comisiones ilegales por compras de mascarillas en tiempos recios, con el indebido arropamiento de las “autoridades”, según dice el sumario judicial, o de los habituales fraudes sin que el defraudador -que se sepa- contase con el favor de ninguna “autoridad”.
Así que pierdan toda esperanza quienes se crean las admoniciones sobre la conquista de la verdad por medio de estas comisiones. Mejor atenerse al principio de legalidad que al de oportunidad. Quiero decir que, por suerte, nos quedan los jueces. O sea, la verdad judicial, la que se forma a partir de lentos y rigurosos métodos probatorios testificales y periciales. No la verdad parlamentaria, cuya presunta búsqueda de la verdad no es más que una excusa para envilecer algo más la lucha partidista y, aquí y ahora, para trasladar a las Cortes Generales la triple confrontación electoral que se avecina.
Son las comisiones de la ira. Eso es lo que hay detrás de las campanudas declaraciones de los dos grandes partidos en su absurda carrera de sacos por llegar antes a la verdad. El PSOE en el Congreso, con una mayoría de diputados a su disposición para hurgar en la herida política que se quiere inferir a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Y el PP en el Senado, con su contundente mayoría absoluta dispuesta a tumbar políticamente a Sánchez por cuenta de “koldos” y “begoñas”.
Así es. El partido que gobierna y el que aspira a gobernar se dedican sus recíprocas miradas justicieras en nombre de la limpieza en la vida pública y en nombre de la lucha contra la corrupción, en la que ambos están teóricamente embarcados y de la ninguno está en condiciones de tirar la primera piedra.
Depende de las épocas.