¿Para qué contar?

Cada noche, antes de dormir, visitaba los estantes de la memoria de mi abuela. Ella me desveló la magia de las palabras, ella fue mi primera biblioteca. Debió ser ahí, muy temprano, que me hice lectora.
No recuerdo en qué momento decidí que sería escritora. Antes, quise ser azafata de vuelos: estar en las nubes. La mayoría de la gente no resuelve que será escritor de mayor, como tampoco, según Truffaut, ningún niño nace queriendo ser crítico de cine, sin haber visto muchas películas, sin ser un apasionado cinéfilo.  


Dice Antonio Muñoz Molina, uno de los grandes narradores españoles contemporáneos, que él escribe “porque le gusta muchísimo, más que cualquier otra actividad, y que, por llevar tanto tiempo pertinazmente dedicado a lo mismo, ha logrado cierta soltura”. Sin embargo, cuenta el autor de No te veré morir, también le gusta la música, pero no tiene los conocimientos técnicos para dedicarse a ella. Lo mismo le sucede con el cine y la pintura. Me pregunto si es entonces más fácil escribir, porque escribir es algo que técnicamente puede hacer cualquiera. Todos dominamos la lengua desde bien pequeños, para escribir sólo necesitamos un ordenador, o un cuaderno y un bolígrafo, también ir soñando historias. Luego, claro está, la disciplina, el talento y la buena fortuna. 


Pero, ¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad o por dinero. Para sobrevivir. Por costumbre, para matar la costumbre. Para vivir otras vidas y revivir las propias, para dejar testimonio. Son sólo muestras de las respuestas que han dado algunos escritores. Hay más, infinitas: para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí», dijo Antonio Tabucchi. Almudena Grandes contestó que escribía para emular la infancia. 


Yo me quedo siempre con la respuesta que dio Amelie Nothomb: escribo porque no se elige, como un amor. Aunque, como Andrea Camilleri, tal vez escriba para devolver un poco de todo lo que voy leyendo.


Escribo porque al hacerlo disfruto mucho: de pronto mis personajes pueden hacer lo que yo quiera, expresar opiniones que no son las mías. Mis personajes pueden morir, o hasta vivir. 


A decir verdad, no pienso mucho en ello, en por qué escribo. Supongo que amé primero las historias que escuché, los libros que leí, supongo que soy curiosa, que necesito contar lo que veo, lo que observo, que fantaseo con lo que sueño, que invento. Elegí escribir, añadí disciplina y sigo buscando suerte.  Algunas veces escribo porque me asombro, porque me inquieto, o siento desasosiego, porque dudo, afirmo, porque niego. Algunas veces, la mayoría, sólo escribo para comprender. Para comprenderme. La literatura impregna todos mis quehaceres. Flaubert decía que “escribir es una manera de vivir”. A Vargas Llosa le leí una vez en alguna entrevista que “quien ha hecho suya esta hermosa vocación no escribe para vivir, vive para escribir”. 


Hoy se celebra el día de las escritoras. Me ha parecido muy oportuno recordarlo desde aquí, porque a nosotras todavía nos cuesta un exhalo de esfuerzos este oficio, pero sobre todo porque el mundo, este mundo, debe ser necesariamente contado desde nuestra mirada.

¿Para qué contar?

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