No queda ni una semana para que empiece la campaña electoral y la tensión crece entre los políticos que aspiran a representarnos y se transmite a los ciudadanos, a todos nosotros. En lugar de aprovechar la ocasión para buscar equilibrios, vías de encuentro, soluciones para los problemas de la ciudadanía, diálogo y consensos políticos, se exacerban las diferencias y se construyen discursos políticos excluyentes. Las mentiras, el odio al adversario, a veces enemigo, la amnesia voluntaria del pasado más cercano, la soberbia y la incapacidad de aceptar los errores, la violencia verbal como arma de descalificación del que piensa diferente y el sectarismo son las acreditaciones más valoradas por los que deberían elevar el debate político y conducirlo por caminos democráticos. No es un problema de la izquierda o de la derecha, esnuestro problema, el de cada uno de nosotros. Claro que pensamos diferente y eso es enriquecedor. Pero quienes jalean esos comportamientos excluyentes son igualmente responsables de lo que producen. La política no puede ser un espectáculo parecido al circo romano. Hay que sacar la política de esa burbuja tóxica y enloquecida en la que algunos, a derechas e izquierdas, la han convertido. No se puede construir un país con futuro desde la división y el enfrentamiento. No se puede. El resultado de una política tramposa y mentirosa nunca lleva al bien común. En todo caso, expulsa de la política y de la vida pública a los que rechazan esa forma de hacer política o invita a reproducir los comportamientos menos éticos. Hay que bajar el tono y no es fácil. Pero hay que reclamárselo a quienes tienen o van a tener la responsabilidad de gobernarnos. “Los ciudadanos nos piden que dejemos la confrontación”, decía hace algún tiempo la ministra Margarita Robles. Hay que apostar porque unos y otros, oposición y gobierno, defiendan sus ideas y las apliquen sin aplastar al contrario y buscando siempre protegervalores sociales, solidarios y democráticos que fortalezcan la convivencia, no la división y el enfrentamiento.
Ahora mismo lo que tenemos es una democracia de baja intensidad, en la que el lenguaje esconde la verdad. Por un pacto para alcanzar o mantener el poder se venden los principios. Pero no sucede ahora, cuando parece que el Partido Popular está dando la vuelta al mapa político. Ha sucedido en toda la legislatura que ahora termina. Vox no puede ser “el problema” si antes no lo han sido otros bien conocidos. Vox no es más ultra ni menos democrático que Podemos ni más peligroso como aliado que Bildu o que los independentistas catalanes. Las presidentas de Parlamentos autonómicos de Vox son tan poco recomendables como alguna presidenta del Parlamento catalán, a la que sólo la justicia ha sido capaz de apartar del cargo por los desmanes cometidos. Hay que obligar a que los representantes políticos, sean del bando que sean, respeten escrupulosamente la ley y defiendan la convivencia.
Me encuentro un texto de Pier Paolo Pasolini, en el que dice que “es necesario educar a las nuevas generaciones... en no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero” en un “mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar y llegar a ser...”. Hay que bajar el tono y elevar el nivel del debate aunque, sólo sea pararecuperar la dignidad de la política y enseñar a los jóvenes que no todo vale y que la libertad, la igualdad y la convivencia.