Cosas verán que imposibles parecerán

Nunca digas “nunca jamás”

No se van a creer lo que me ha acontecido el domingo pasado –normal, yo tampoco me lo hubiese creído de no haberlo vivido de cuerpo presente—. Y es que en esta vida nunca se puede decir eso de “de esta agua no beberé” ni muchísimo menos lo de “este cura no es mi padre”, porque a lo mejor resulta que se acaba convirtiendo en tu madre por mor de la Ley famosa que permite a tu padre convertirse en tu madre –y viceversa— en un échame aquí una firmita en este papelito. Y es que yo, que puedo parecer muy firme en mis convicciones –bueno, más que firme, lo que viene siendo “cabezota”— soy más mobile que la piuma al vento y mudo d’accento e di pensiero más que de ropa, verbigracia. Y es que servidora es de probarlo casi todo –creo que ya lo saben— y es muy raro que diga “nunca jamás” a algo, a no ser que sea un desatino total y muuuy evidente, porque si no es muuuuy evidente, es muy posible que también lo intente. Pues eso, que soy un peligro andante –sobre todo para mí.

 

Y resultó que...

¿Y qué resultó? Pues que los azares caprichosos del destino hicieron que acabasen en mis manos unas entradas para ver a... ¡Al Bano! Y miren ustedes, no es que yo desdeñe al bueno del señor, que no me ha hecho nada, pero tampoco me pondría una canción suya a propósito ni, mucho menos, pagaría para ir a verlo, así, motu proprio. Pero, al final, y después de poco pensarlo –de vez en cuando hay que ser un poquito irreflexivo—, fui a verlo.


Era en el Palacio de la Ópera, que estaba prácticamente lleno. Vi y saludé a mucha gente conocida –casi toda bastante mayor que yo, que ya es decir— lo cual ya fue un buen comienzo, porque yo soy mucho de saludar y parlotear. Y empezó el espectáculo. Pianista, batería, violinista, guitarra, bajo y dos señoras vestidas de negro súper estilosas que hacían los coros. Y en esto salió él con su traje azul, su fular y su sombrero panamá, haciendo delirar a sus acólito-as. Sí, sí, no hay que ser joven y guapísimo para hacer delirar a nadie, sólo hace falta llegarle al corazoncito, que lo sé yo. Pues nada, que empezó el espectáculo y, durante su transcurso, me vi rodeada de gente feliz, entregada, cariñosa. De repente, también me percaté de que yo mismamente no había dejado de sonreír durante todo el tiempo. Pese a sus casi ochenta y un años, Al Bano no ha perdido ni una pizca de estilo moviéndose por el escenario ni un decibelio de potencia en sus gorgoritos. Y yo que había ido convencida de que las dos señoras súper estilosas –o quien fuera o fuese— iban a tener que cubrirle las deficiencias de fuelle y resultó que no le hizo ninguna falta. Bravo, bravissimo, Al Bano! 


Más ruedas de molino

Ya ven, nunca se puede renegar de nada –y mucho menos a barlovento—, porque a la mínima se te revuelve y te tienes que desdecir y recular. Prudencia, señores, siempre mucha prudencia al hacer aseveraciones, que los tiempos cambian que es una barbaridad. ¿Y a que viene todo esto? Pues les cuento. 


No sé si se habrán dado cuenta de que no soy excesivamente religiosa –por no decir nada…—. “Procuro” ser buena persona, pero sin etiquetas. ¡Pues el Viernes Santo me fui a Ferrol a ver procesiones! ¿Cómo se quedan? Pues así me quedé yo: boquiabiértica y ojiplática. Me gustaron las procesiones y me gustó Ferrol, que no es una ciudad que visite mucho, pero que tiene un montonazo de cosas preciosas para fotografiar, que es otra de mis aficiones. Prometo volver y repasarla palmo a palmo… con menos gente, porque el centro estaba petado. ¡Ah, y no llovió! ¡Bien por Ferrol!


Por si las procesiones de Ferrol no hubiesen sido suficientes, regresamos a Coruña y nos metimos en la iglesia de San Nicolás. No habían sacado la procesión por la amenaza de lluvia, así que vimos allí mismo el paso que tenía que haber salido. Ya que estaba allí, le mandé un pensamiento positivo a mi amigo Ramón –no sé si le habrá llegado—, que es mucho de San Nicolás y, acordándome de una conversación previa con él, en la que me decía que la imaginería de San Jorge era una pasada de bonita, pues allá que nos fuimos también. Resultó que el paso de San Jorge sí había salido. La procesión fue pequeña, porque de la iglesia a la Plaza de María Pita no debe de haber ni doscientos metros, pero por lo menos a los fieles les supondría una pequeña satisfacción; vamos, digo yo. 


La procesión volvió a casa y nosotros con ella –a la iglesia de San Jorge, no a la nuestra—. Ramón tenía razón –yo no lo dudaba ni lo más mínimo, porque mi querido Ramón siempre la tiene—, la imaginería es una pasada; merece muchísimo la pena ir a verla. Lo recomiendo a todos-as. Y digo yo… ¿habrá alguna publicación en donde estén catalogadas estas imágenes y se mencione a sus imagineros? Hay que enterarse, que ya me está picando la curiosidad.

 

Sí, pero no quiero más…

Pues eso, que nada. Aquí seguimos, en este valle de lágrimas, aprendiendo y disfrutando cada día de cosas nuevas. Todo tiene su interés, todo. Te puede gustar más o menos, pero todo tiene su interés. Además, no puedes decir que algo no te gusta hasta que no lo pruebas. Recuerdo cuando mi hija era pequeñita y su padre le hacía probar toda clase de comidas. La pobre lo tragaba y su padre le preguntaba: “Qué, ¿te ha gustado?”, y ella, pobrecita mía, respondía: “Sí, pero no quiero más”. Pues eso, que hay que probarlo “casi” todo –hay cosas “improbables”, ustedes ya me entienden—  para saber si nos gusta o no. Si nos gusta, repetimos; si no nos gusta, a otra cosa, mariposa. Amén.

Cosas verán que imposibles parecerán

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