Sánchez se fue a Bruselas con la crisis que ha desatado en el Sahara y el bloqueo de los camioneros sin solucionar y ha vuelto de la cumbre europea con un logro, un pequeño margen para frenar la desbocada subida de los carburantes y de la electricidad que amenazan con acabar con los atisbos de recuperación y convertir el estallido social en una crisis muy seria. El acuerdo, que algunos presentan como un gran triunfo, esconde puntos oscuros y tampoco puede ser aplicado con la rapidez que exige la situación. Ojalá sirva, porque todos nos jugamos mucho. Pero cuidado con lanzar las campanas al vuelo.
En todo caso, la unidad estratégica de Europa gracias a la guerra en Ucrania y el trabajo conjunto de todos los países europeos no puede tapar la fragilidad y los errores de la política exterior española en casi todos sus frentes. A la ministra González-Laya la quitaron de en medio tras ser incapaz de aliviar el conflicto con Marruecos y su sucesor lo ha “solucionado” cediendo todo, escondiendo en el cajón los derechos humanos de los saharauis, y creando otro problema con Argelia. Durará poco la tranquilidad porque Marruecos no ha renunciado al chantaje permanente. Y en el resto de África, fuera de alguna operación militar o de marketing, representamos poco.
El problema es la incapacidad del Gobierno para la defensa de los valores e intereses de España en la estrategia que mueve este mundo global. En Europa, España no ha ocupado el lugar que dejó vacante Gran Bretaña y juega un papel secundario. Nuestra capacidad de influencia es mínima. Estados Unidos nos trata como una nación aliada pero no fiable, seguramente porque desconfía del Gobierno y de sus socios. No hay un solo Gobierno en Europa que tenga comunistas y populistas en los sillones del Consejo de ministros y cuyos socios parlamentarios defiendan la destrucción del orden constitucional. Si ni siquiera el presidente se fía de sus ministros, hasta el extremo de no debatir con ellos problemas esenciales de la política interior y exterior, pedir a Biden que lo haga no parece lógico.
Con Hispanoamérica es peor, porque hemos desperdiciado todo el crédito de la Transición, hemos pasado a ser los “depredadores” gracias a un falso relato que el Gobierno ni siquiera ha tratado de combatir. España representaba hace pocas décadas un proyecto de convivencia democrática, de tolerancia, de seguridad, de prosperidad sostenible y de conocimiento. Y la mayor parte de los países hermanos trataron de seguir nuestros pasos y de acabar con las dictaduras y crecer en democracia. Hoy, no solo no representamos nada allí, sino que esa evolución política ha dado paso a Gobiernos sectarios, nacionalistas o populistas y a situaciones de inestabilidad como sucede en Brasil, México, Ecuador, Perú, Colombia, Chile, Argentina, y no digamos de Venezuela, Nicaragua o Cuba. El daño que muchos de estos gobernantes han hecho a sus países en pocos años es infinitamente superior al que pudo hacer España en la conquista. Y no dejan nada positivo frente a la cultura, el idioma y la modernidad que dejó España.
Podríamos ser claves en África, especialmente en el norte pero desde posiciones de equilibrio; nadie puede y debe ser un mejor referente en Hispanoamérica desde la cooperación sólida; Europa es nuestro objetivo principal; con Estados Unidos y con el Atlántico Norte tenemos que ganarnos el respeto desde la alianza responsable y la confianza; y en Asia y el Pacífico, pintamos poco a pesar de que el eje de crecimiento futuro está allí. Somos una potencia media en un mundo global.