De la noche a la mañana ayer Suecia, hoy Italia, países donde la izquierda llevaba -en un caso toda una vida y la última década en el otro- gobernando, se han vuelto, según el vocerío mediático televisado, fascistas. Resulta que la gente los ha votado y los escaños se han repartido según las normas y formas que establecieron y por las que en otro momento ganaron los que ahora han perdido. Y toda larespuesta se resume en un griterío y llamar ultras, extrema, fachas, nazis y de ahí para arriba. Algo, los calificativos que por lo visto a los implicados, las gentes que van a las
urnas, les importa un bledo.
Y uno se acaba preguntando ¿y no será que la izquierda europea (los españoles en cabeza) se ha vuelto, de tan woke, tan guay, tan “ista”, animalista, transgenerista, climatista, okupista, prohibicionista, indigenista, migracionista y tan alejada de los sentimientos, agravios y necesidades de la gente de a pie, gilipollas?. Habría que pensar, antes que soltar a las reatas de tertulianos a pontificar contra los votantes, los porqués del cambio producido. ¿Por qué en los suburbios y ciudades dormitorios de la periferia parisina pasaron del Partido Comunista al Frente Nacional, y porque algo similar y trasversal está sucediendo por todo el Viejo Continente, desde la muy socialdemócrata Suecia a la muy vikinga Dinamarca y este fin de semana pasado a la muy romana y latina Italia? ¿No será quizás que ese pipirrana ideológico, pero muy sectario y agresivo, en que se ha convertido el cuerpo de doctrina de la izquierda clásica, choca de manera frontal contra las propias gentes y bases sociales que los cabecitas de huevo y culitos de poltrona de la actual consideran algo así como de su propiedad porque ellos se han adueñado de la sigla y la peana?. Lo que no parece en absoluto eficaz, y cada vez menos por tanto manoseo, es agitar, y más como espantajo que como respuesta, el estigma y el sambenito. Con tanto llamar y señalar como fascistas a quienes han decidido votar a este o aquella o les ha dado la gana de pensar lo que está prohibido pensar por los diez mandamientos de la Progrecacia, esa Dictadura Cursi que nos acogota, y hasta expresarlo en voz alta, lo único que sucede es lo que anda pasando y solo llena de clamoreado e impostado espanto a los que ven en peligro su sillón o su alfombra. Que al personal le importan un pimiento, les hacen la higa y meten en la urna la papeleta que les da la gana y no la que los gurús y sumos sacerdotes de lo correcto, bueno y apesebrado les ordenan y advierten con las penas del infierno si les desobedecen.