Bertrand Russell y mi amiga María
Les cuento. Resulta que llevaba yo algo avanzada la Verbigracia de este finde –celebrando adelantadamente el Día das Letras Galegas, fíjense qué cosas—, cuando me entraron unas ganas irrefrenables de tomar un café. Y allá que me fui a prepararlo, claro. Mientras se hacía el susodicho –y por eso de no pasmar mirando al techo los tres minutos que dura la operación—, se me dio por abrir el Facebook en el teléfono y echar un vistacillo. Lo primero que me salió fue un post… Perdón. Lo primero que me salió fue una “publicación” de mi querida amiga María que se hacía eco de una frase de Bertrand Russell. A saber: “La religión sirve para impedir el conocimiento, promover el miedo y la dependencia. Es responsable en gran parte de la guerra, opresión y miseria del mundo”. Y yo respondí a la publicación: “Totalmente de acuerdo”. Porque, a ver, si Bertrand Russell, que fue filósofo, matemático, lógico y escritor –o sea, un señor listérrimo—, dice eso, alguna razón debe de tener el hombre, ¿o no? Pues eso mismo pienso yo.
Resumiendo, que vi la luz y decidí cargarme la Verbigracia que tenía empezada –en perfecto galego normativo, que o saiban— y ponerme a esta otra. No sé si habré hecho bien o mal, pero me lo pedía el cuerpo y, sobre todo, el alma.
Vayamos por partes…
Dice Russell que “la religión sirve para impedir el conocimiento”. A ver, imagino yo que se referirá a que lo coarta o condiciona en el sentido de que ciertas religiones tienen una “hoja de ruta” inamovible que no permite la expansión del conocimiento ni de nada de nada. Si tu dios dice que dos y dos son cinco, pues son cinco, y amén. Por lo demás, hay muchos sabios a lo largo de la historia que han sido muy religiosos, aunque en ciertas cosas fuesen unos cenutrios. Qué se le va a hacer, nadie es perfecto.
También dice Russell que “promueve el miedo y la dependencia”. Bueno, señores y señoras, el tema del miedo no necesita explicación alguna, porque lo de “la ira de dios” y “el arderás en el infierno” ha estado en las mentes de los que tenemos cierta edad desde el principio de nuestros días. Y lo de la dependencia, tres cuartos de lo mismo, porque utilizamos los rezos como si fuesen aspirinas cuando nos duele la cabeza. Sólo que las aspirinas son un medicamento efectivo y los rezos, un placebo que nos engaña, por lo menos temporalmente; algo es algo…
Ahora viene lo más triste
“Es responsable en gran parte de la guerra, opresión y miseria del mundo”. ¿Alguien puede negarlo sabiendo que no miente? Yo creo que no. Desde que éramos tiernas amebas en aquel caldo de cultivo primigenio, hemos ofrecido en sacrificio a nuestros vecinos, hermanos, hijos, cabras y todo lo que nos ordenara la voz –psicotrópicos ha habido siempre— de la deidad que nos hubiese tocado en suerte, dependiendo de nuestro lugar de nacimiento. Porque esa es otra. Adoras al dios que te ha tocado adorar, no al “verdadero”, si es que existe.
Porque, a ver, ¿ustedes se explican lo de las Cruzadas? ¿Dos siglos tocándoles las narices a los musulmanes en nombre del dios de los cristianos? Yo la única explicación que le encuentro es que se aprovechó el nombre de dios para hacer lo que tocaba hacer en aquella época: expoliar al prójimo y crear grandes imperios por todo el orbe orbital para saquear las tierras por donde pasabas y atiborrarte de esclavos. Daba igual la miseria que dejases en tu tierra, el hambre que pasasen tus súbditos para financiar tus juegos de guerra o la muerte y crueldad que dejases a tu paso. ¿Que te lo ha mandado hacer dios? Pues dios no puede ser muy buena persona, espíritu, ente, fluido, holograma o lo que sea. Vamos, digo yo.
¿Y nosotros, los del Reino de Castilla? Pues nada, que nos embarcamos heroicamente en unos cascaroncillos de madera con el único ánimo de buscar almas que evangelizar y ya, de paso, expandir nuestros dominios y aumentar nuestras riquezas. Menos mal que, de paso (bis), algo bueno les dejamos también, como la cultura que, dicho de paso (bisbis), para qué la querían, si ya tenían la suya. Pero, en fin, eran tiempos de descubrimientos, conquistas e imperios enormes. Molaba eso de que no se pusiera nunca el sol en tu finca y tal. Aunque para eso no hacía falta que involucrasen a dios. Con ser sinceros y contarnos a qué iban, llegaba.
Me lo dijo un pajarito
Pero veamos qué pasa en nuestros días al respecto de las religiones y tal y cual. A ver, pues así, a bote pronto, se me ocurre un pueblo –cuya razón de ser es religiosa, no territorial— que reivindica unas tierras que, al parecer, le había prometido su dios –el pajarito— hace muchíiiiisimos años. Eso al menos es lo que pone en un libro bastante gordo, pero muy poco histórico, que se llama la Biblia. A ver, que yo a ese pueblo le reconozco el mérito de haberse mantenido unido en la distancia. Porque dicen que la distancia es el olvido, pero ellos son la excepción que confirma la regla, está claro. A ese pueblo llevan siglos pute… Perdón. A ese pueblo llevan siglos haciéndole la puñeta. No sé por qué, pero siempre se les ha culpado de los males de media humanidad, sobre todo cuando convenía para incautarles bienes y esas cosas, que la gente es muy lista. Que si te echo de aquí, que si te expulso de allá, que si te quemo en la hoguera, que si te extermino… Lo dicho, siglos haciéndole la puñeta. Tanto le hicieron la puñeta que los pobres tenían prohibido dedicarse a muchos oficios y se tuvieron que dedicar a los negocios bancarios, que diríamos hoy. Al final, hasta tuvieron suerte, porque tanta pasta acumularon que acabaron haciendo muchos amigos. El dinero es lo que tiene…
Pues nada, que escogieron un terrenito por donde les había dicho el pajarito y allí se asentaron. Hasta aquí todo bien, no siendo porque el terrenito ya estaba ocupado por otras gentes a las que empezaron a hacerles lo mismito que les habían hecho a ellos, mira tú qué cosas. Se enemistaron con todoooos sus vecinos y, desde entonces, están a la gresca más o menos bélica, dependiendo del momento. Como los invadidos les molestaban, empezaron a empujarlos y a empujarlos para hacerse sitio, y los dejaron encerrados en los secarrales más áridos del lugar. Ah… Y si los empujados se cabreaban y les tiraban unas piedras, se las devolvían multiplicadas por infinito y cargadas de pólvora, en el mejor de los casos. Bien es cierto que a algún grupo de los invadidos se le va la mano, tampoco vamos a decir que sean unos santos. A ver, que están muy cabreados y siempre hay alguien que la lía sin atender a razones… ¡pero no se pueden matar moscas a cañonazos, señores y señoras! ¡Para acabar con un grupo terrorista no se puede aniquilar a un pueblo entero al que encima le has robado su tierra! ¡Que el dinero no da derecho a todo, señores invasores! ¡Que sus amigos lo son por la pasta, no porque les quieran de verdad! ¡No les den la razón a los que los han odiado durante miles de años!
Y dicho esto, amor y paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad. A los que no lo sean –de buena voluntad, digo—, también, a ver si los hacemos buenos y se acaban los conflictos. Amén.