En el colegio, en la piscina, en el gimnasio, en una excursión por el campo o dentro del propio núcleo familiar, ¿qué mujer no ha sufrido algún acoso o agresión de tipo sexual?. Eran otros tiempos, dicen algunos. A pesar de todo, actualmente, una gran parte de la sociedad sigue mirando hacia otro lado y culpabilizando a las mujeres.
En la mayoría de las ocasiones son las mujeres las protagonistas de sus propias historias de dolor, explotación y sufrimiento. Culpa de las tradiciones y costumbres de una cultura machista y patriarcal: únicos valores transmitidos y aprendidos de los que tratan de huir pero de los que son claras víctimas.
Fue víctima de violencia de género. Hoy es una mujer comprometida con otros grupos de mujeres a los que ayuda para que no caigan en ese infierno. La familia la dejó de lado por no saber, ni querer, aguantar más humillaciones y violencia. En el pueblo, demasiadas mujeres, de avanzada edad, le dieron la espalda y la creen culpable de querer librarse de su maltratador. Se crió en una familia desestructurada, como un miembro marginado y falto de cariño. Actualmente ejerce la prostitución, en las cercanías de un polígono industrial de la capital. Estaba cansada de recorrer centros de acogida, albergues y comedores sociales. Su futuro es el presente y su única religión es la supervivencia, en una sociedad hipócrita y de falsas apariencias.
Creyó llegar al país de las oportunidades pero aterrizó como equipaje de una red de trata de personas y explotación sexual. A base de extorsiones, intimidaciones y amenaza a familiares, malvivió varios años ejerciendo la prostitución, de manera forzada. Su vida apenas tiene valor, solo para los proxenetas y los consumidores del sexo de pago.