Con frecuencia pienso en la similitud entre el arte de la fotografía y la literatura. Al fin y al cabo, un buen fotógrafo no es más que otro gran cuentista. Alguien capaz de capturar un instante de una realidad veloz: enfocar, recortar, limitar y disparar, para que tú veas otra historia mucho más amplia que la que abarca la lente de su cámara. Es pura magia.
No soy muy dada a dejarme fotografiar, sabedora de que un buen retratista, además, puede dejarte el alma al aire. Escritura y fotografía son dos extrañas formas de amor, dos maneras diferentes de desnudarse. De lo más íntimo, de la soledad más absoluta, del silencio a la magia del estruendo. Una explosión.
Desde hace tiempo, todos los días necesito dedicar un espacio a la fotografía. Sucedió por esa necesidad de alejarme, estar sólo yo y mi cámara y esta naturaleza que luego me revela palabras. Me pudo entusiasmar la pintura, pero fue la fotografía. Estas palabras del escritor israelí Amos Oz, en No digas noche:
“Aquellos que no se entusiasman con nada se enfrían y comienzan a morirse. Hay que empezar a desear de verdad. Coger la vida con las dos manos para que no se escape, si es que comprendéis lo que os quiero decir. Si no, todo está perdido”.
También la leo, la fotografía está cargada de narrativa, de la que me apasiona, contemporánea y realista, e igual que sucede con la literatura, a veces las imágenes que observo me sacuden, me asaltan, me desbaratan, me cuestionan. Me desconsuelan. Me llegó viral la imagen de Belal Khaled, reportero fotográfico en Gaza: un niño herido abraza a su hermana herida después de que su casa fuera bombardeada en la ciudad de Khan Yunis. Les escribo y todavía no me he repuesto. La fotografía es, de lejos, el único idioma que comprende el mundo, el mundo entero. Refleja los acontecimientos tal y como suceden, abre una ventana a la vida. Nos muestra Belal Khaled el dolor de una infancia ya robada, nos está permitiendo con sus imágenes compartir la desesperanza. Y nosotros, y todas las naciones y culturas que comprendemos ese mismo lenguaje fotográfico, sólo somos testigos de lo inhumano.
Vuelvo a Oz, vuelvo muchas veces al escritor israelí, admiro profundamente la obra narrativa que nos dejó el autor de Jerusalén, fallecido en Tel -Aviv en 2018, tan respetado por su compromiso con el proceso de paz en Oriente Próximo. En una entrevista dejó dicho que no era un pacifista en el sentido sentimental de la palabra, porque “Nunca lucharía por más territorios. Nunca lucharía por un dormitorio de más para la nación. Nunca lucharía por supuestos intereses nacionales. Pero lucharía y lucho por la vida y la libertad. Por nada más”. Su sueño, el sueño de Oz era que Israel construyera “asentamientos en los campos de la literatura, el arte, la música y la arquitectura”.
Nunca leemos, ni miramos lo suficiente. ¿Qué no queremos comprender, ni ver?