Aterriza diciembre, fluyo entre los puentes, a sabiendas de que al final de éstos se presentan los rápidos, el “río” va adquiriendo una velocidad vertiginosa y se torna más exigente de cara a la recta final del año. Es tiempo de exprimir los planes previstos, apurar los objetivos marcados, asumir los múltiples compromisos.
Aterriza diciembre y me tomo un respiro. Necesito parar, recuperar aliento y sobre todo palabras. Decía la escritora Carmen Amoraga, en la cena que compartimos en el Pazo do Río los miembros de la Cata Literaria que lidera Silvia Salgado, que escribir tiene mucho de magia, pero también requiere técnica. En la vorágine de estas últimas semanas siento que no surge la magia y en cuanto a la técnica me invade el síndrome de la impostora. ¿Columnista? No soy periodista -aunque hija de dos grandes-, no soy escritora -aunque no descarto publicar algún día-, en todo caso comunicadora. De algo tienen que servir las etiquetas que fuimos adquiriendo en la infancia. La mía fue la de habladora, “trop bavarde” se repetía con frecuencia en los comentarios de mis profesores del Liceo Francés. Habladora o no, lo que sé es que desde muy pequeña empecé a jugar con las palabras, pronunciadas o escritas.
Desde niña, me pasaba horas enteras en la biblioteca de casa de mis padres, indagando entre los libros, como quién sigue las pistas de la búsqueda del tesoro, para encontrar palabras nuevas, aquellas que nunca había escuchado o las que raras veces se oían en las conversaciones cotidianas. Las anotaba, las deconstruía, les ponía acentos. Pasados los años, entrada ya en la adolescencia, seguí hilando palabras para darles sentido a mis emociones y rienda suelta a mi imaginación. Surgieron poemas, algún que otro cuento, siempre en la sombra, escondidos entre las páginas de mis diarios.
Seguí explorando, aprendiendo idiomas, aventurándome en las herramientas de oratoria y descubriendo los aromas del lenguaje. El dulce sabor francés, la sabrosura de los acentos latinoamericanos, los matices metálicos de las lenguas germánicas. Y así fue como la “bavarde” descubrió que podría transformarse en comunicadora. Desempolvé los miedos y el pudor y me lancé a los “escenarios” de las aulas de formación, las conferencias, a conectar con mi voz y con algo que también la acompaña, el silencio. Ahí radica la magia, al menos para mí.
Desde ese habitar el silencio, aminorar el ritmo, adentrar en la calma, surgen de nuevo las ideas, las voces. Escribir, leer, leer, escribir y parar para seguir aportando desde esta faceta comunicadora que me regala la vida, para conectar con quienes estáis detrás de las palabras que me surgen cada semana. Este es el hilo de mi técnica para despertar la magia.
Aterriza diciembre y les pido permiso para refugiarme en el silencio, volver a conectar con mi voz, encontrar las palabras para seguir compartiendo en este rincón, con la idea de que cada persona encuentre en ellas, quizás, ecos de su propia voz, porque como decía el filósofo francés Montaigne “La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”. (o lee).