Cuando no pasa nada, cualquier ínfima alteración de la luz se convierte en un acontecimiento. Podría escribir hoy sobre una plácida cotidianeidad transformada por el sol de invierno: enredados como estamos en nuestro quehacer individual, de nuestro aislamiento, nos sacó el sol.
Puede que la visión ciertamente melancólica que tengo de la vida se expanda por la pequeña localidad en la que resido: 500 vecinos alejados del ruido de la gran ciudad que miran de frente, pero rodeados de una naturaleza que siempre impone un ritmo diferente a nuestro día a día. No dejo de pensar en quién te convierte el mundo que te habita. ¿En quién me estoy convirtiendo?
Parecía Mera este fin de semana un sueño propio de sus veranos. Tomé algunas fotografías que ahora reviso como una espectadora asombrada por el mundo en ellas contenido. Narran la emoción que me causa un paisaje que conozco bien, que a diario me atraviesa, pero también cuentan el momento de aquellos que lo miran por primera vez o como la primera vez. Frente a la naturaleza, todavía recuperamos nuestra capacidad de asombro.
Escribo porque lo cotidiano me emociona, y eso tengo que contarlo. El escritor Álvaro Pombo decía que escribía para hacer surgir sus recuerdos, sus imágenes, y Andrea Camillieri aseguró que sólo lo hacía para devolver algo, un poco, de lo leído. Me pregunto muchas veces si los fotógrafos no tienen esa misma necesidad, la de retornar algo de lo que perciben tras su objetivo. Sé que el escritor y el fotógrafo cuentan, sé que lo hacen cada uno con su lenguaje. Sé que escribo porque se me suceden las imágenes comunes, diarias, corrientes, me sacude la emoción de lo más pequeño, también de lo más grande, y eso quiero contarlo, tengo que contarlo. Debo contarlo. Me sirvo de la respuesta de Amelie Nothomb, me la apropio: escribo porque no se elige, es como un amor.
A veces, sólo fotografío.
Cuando las palabras callan, llevo mi cámara. No desprecio la luz ni desprecio lo oscuro, y disparo hasta el posible acierto. Regulo el triángulo de exposición, esto es, la iso, la velocidad, la apertura. Manejo ese otro triángulo del que pocos hablan, el amor, el conocimiento, el matiz, y así construyo un significado, hago una elección, te cuento una historia. Esta va a empezar así: enero siempre vuelve.