Parece que el Gobierno ha descubierto que la mayoría de los españoles nos levantamos, cada mañana, inmensamente preocupados por no poder blasfemar e injuriar las creencias de los católicos. Bueno, ellos en el texto del proyecto de ley se refieren a las religiones, pero los blasfemos de guardia, los organizadores de procesiones que denigran y ofenden a santos y vírgenes, tienen siempre como objetivo la religión católica. Nunca he presenciado, en España, ultrajes sobre musulmanes, taoístas, budistas tibetanos, mormones o anglicanos. Los musulmanes, sobre todo, reciben un respeto inmenso por parte de la progresía, que mira hacia otro lado para no enterarse de la situación de la mujer musulmana. Y no creo que sea por cobardía o por miedo, porque un progresista siempre es valiente y, por eso, necesita pronunciar blasfemias contra la religión católica o escarnecer sus creencias, demostrándose a sí mismo lo osado que es. Contra los de Mahoma tiene mucho más cuidado, porque los católicos ponen la otra mejilla, mientras los mahometanos igual ponen una bomba, y se puede ser un progresista valiente, pero no es obligatorio ser un progresista gilipollas.
En la mayoría de los países de la Unión Europea está prohibido injuriar a las religiones, a los religiosos y a los laicos creyentes, pero debe ser debido a que no son lo suficientemente progresistas. Así que se está preparando una barra libre para mofarse de Jesús, su Madre y toda su familia, incluyendo la corte celestial.
No hay nada más pesado y cargante que un religioso obsesionado por salvar cualquier alma que esté cerca, salvo el ateo militante, que se pasa media vida persiguiendo a los que han decidido creer en la vida sobrenatural.
A mí me parece que el sentimiento religioso es algo íntimo y personal y, por tanto, digno de respeto. Y la falta de respeto es una grosería que ofende al creyente y desacredita al autor de la zafiedad. ¿Vamos a ser más libres utilizando imágenes bellacas y desagradables de la Virgen María? ¿De verdad que eso es una conquista de la libertad? ¿Y, el ateo escarnecedor, admitirá que escarnezcan también a su propia madre? ¡Qué aburrido perorar sobre obviedades en una sociedad en la que, a veces, lo obvio, se presenta como una rareza!