El miércoles, ERC, EH Bildu, BNG y CUP escenificaron un frente de rechazo claro a la reforma laboral. No aceptan el ultimátum de que aquí no se cambia una coma y aspiran a que se tramite como proyecto de ley para, así, poder introducir modificaciones. La vicepresidenta Yolanda Diaz se está empleando a fondo para mantener la mayoría de investidura y evitar por todos los medios que el Presidente acepte los votos de Ciudadanos. “Sería un golpe muy duro para todos los que hemos permitido que la legislatura llegue hasta aquí. Si ocurriera, nada sería igual”. Es un frente al Gobierno y de manera más o menos disimulada, también a la Oposición.
La posición conjunta de los partidos de izquierda no deja ser un acto de enorme presión sobre el Gobierno. Hay quienes afirman que si las negociaciones fracasan, el fracaso sería de Yolanda Diaz. Creo más bien que sería un fracaso del Gobierno. No puede ser que cuando convenga sean posiciones personales y cuando no se apele a la responsabilidad colegiada del Ejecutivo.
Mientras la vicepresidenta quiere preservar a toda costa al bloque de izquierda, el Presidente del Gobierno apela a la responsabilidad del PP para que, por lo menos, se abstenga y aquí paz y después gloria. Ocurre que tanto con los grupos de izquierda como con el principal partido de la Oposición no se ha mantenido el menor contacto, ni la más mínima información y aunque es verdad que el acuerdo tiene el visto bueno de CC.OO y UGT, así como de la CEOE, no es menos cierto que un acuerdo de estas características no debe obviar el criterio de la soberanía popular. Al Gobierno le cuesta digerir que no tiene mayoría, que Garamendi no es diputado y que, en ningún caso, por bueno que fuera el acuerdo, diga a los grupos parlamentarios que o esto o nada. Así no se hace política cuando se está en posición de clara dependencia como es el caso.
Cuesta entender esta ausencia de visión política, de reconocimiento de la propia debilidad, el desdén hacia sus propios socios a los que ha unido su suerte política desde el minuto uno despreciando cualquier otro apoyo. Siendo esto así,la experiencia demuestra que el Presidente del Gobierno tiene una capacidad admirable para salir de todos los charcos y de este, al final, es más que probable que también salga y la mayoría de investidura permanezca viva.
Seguirá viva, tan viva como su decisión de ignorar al principal partido de la Oposición echando por tierra el buen estilo institucional. Al final ha sido Casado quien le ha llamado para abordar un tema de estado como es una eventual invasión rusa en Ucrania. Aunque solo fuera por egoísmo político, el Presidente no debería caer en el error de cortar todo contacto con el PP por grandes que sean las diferencias y por enormes que sean las desconfianzas. La forma, o la ausencia de formas con sus socios de investidura a la hora de abordar la reforma laboral y la falta de estilo institucional con el líder de la Oposición sólo indican una soberbia política que tarde o temprano la pagará con una enorme soledad. Solo es cuestión de tiempo.