La frivolidad de los políticos

Es curioso que el Gobierno alardee, con cierta razón, de que los datos macroeconómicos sean buenos mientras las sensaciones de la mayoría de las personas son malas. La cesta de la compra es cada vez más cara, siguen activas las colas del hambre, la vivienda no es accesible, la precariedad en el empleo -y en los sueldos- es muy elevada y el desempleo, que dobla la media europea, sigue afectando sobre todo a jóvenes, a mujeres y a mayores de 50 años.  Hay más de un millón de familias donde ninguno de sus miembros tiene un salario y hay miles de autónomos y pequeños empresarios que están al borde del colapso. 
 

Los indicadores sociales, la terca realidad, no coinciden con los macroindicadores.
 

Como es tiempo de campaña, la generosidad de los políticos no conoce límites, sobre todo porque lo hacen con nuestro dinero. Disparan en todas las direcciones con frivolidad manifiesta y las cifras que manejan, las subvenciones que ofrecen, los avales que conceden, los subsidios que prometen son interminables. Cada día, “un regalo”. Lo que no se ha hecho en cuatro años, se hace en días. Lo que no se puede construir en cuatro años, se anuncia para mañana. Se prometen cosas para las que las competencias son de otros. Y eso que estamos hablando de una campaña electoral para las municipales y las autonómicas.
 

Imaginen lo que va a ser la política de aquí a diciembre. A nadie le importa si eso se puede o no se puede hacer, si las medidas exigen el diálogo o el acuerdo con otras fuerzas políticas o con otras administraciones, si el dinero que se promete existe o de dónde se quitará para hacer frente a lo que se anuncia. Se legisla con precipitación, se mezclan asuntos que no tienen nada que ver, no hay planificación real basada en datos, los cambios son constantes según gira la veleta de las encuestas, se incumplen las reglas, se deteriora conscientemente el Parlamento y se provoca inseguridad jurídica. La generosidad no tiene límites si se hace con frivolidad y con dinero ajeno y se confía en que nadie se acuerde luego de lo que se ha prometido. No cumplir no lleva castigo real, no tiene sanción ciudadana. Al menos hasta ahora.
 

Hay reformas importantes -la educación, la justicia, la sanidad, la vivienda, las pensiones, la de la Administración pública- que son urgentes e imprescindibles pero que sólo son posibles si son pactadas y estables. Y como en España desde hace algún tiempo pactar es de cobardes, es evidente que no se pueden hacer. Es mucho más fácil señalar culpables que acordar soluciones. Europa nos pone sanciones millonarias por decisiones legislativas erróneas y por el retraso en el cumplimiento de obligaciones legislativas y como también paga el ciudadano, tampoco hay responsabilidades políticas. Un gobernante frívolo es una bomba a punto de estallar.
 

Hay, creo, un claro desapego en la ciudadanía, favorecido por la crispación que impulsan los propios políticos con sus insultos, mentiras, descalificaciones, adoctrinamiento y desplantes. Hay poco debate y demasiado enfrentamiento, demasiada descalificación del contrario. 
 

Sólo una movilización clara del electorado, de los ciudadanos, puede frenar esta situación y la polarización excesiva e inaceptable que afecta a nuestra convivencia. Hay que potenciar lo que nos une y limitar la influencia de quienes buscan la división, la crispación y el enfrentamiento. De un lado y del otro. 

La frivolidad de los políticos

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