No, no soy un exagerado, ni me he sentado a escribir este artículo, después de venir de una despedida de soltero, o una reunión de antiguos alumnos. Simplemente, soy un aficionado a la Historia, me gusta leer, todavía no he perdido la memoria, y asocio unos hechos con otros. Por ejemplo, lo que de manera ingeniosa Alfredo Pérez Rubalcaba definió como Gobierno Frankenstein, no es otra cosa que una copia bastante exacta del Frente Popular.
El Frente Popular fue una mezcla de republicanos, que sabían leer y escribir, socialistas y comunistas sectarios, y nacionalistas mirándose el ombligo regional a ver qué podrían sacar de la mezcla. Hoy, los comunistas los representa una comunista con un buen fondo de armario; los socialdemócratas de Felipe González son suplantados por Pedro I, El Mentiroso, y su bandera de odio hacia cualquiera que sea conservador (como lo son la inmensa mayoría de los gobiernos de la Unión Europea); los republicanos que sepan leer y escribir están ausentes, y los nacionalistas son los corruptos de comisiones del sector catalán, autores de un reciente intento de golpe de Estado; y el nacionalismo vasco, dividido entre los herederos de los asesinos de ETA y el PNV, que del “Dios y Ley Vieja” (“jaungoikoa eta Lege Zarra”) han pasado, en un doble salto mortal, a convertirse en unos progresistas de provecho, que pertenecen a esa pandilla, a parte de la cual le hace mucha gracia que una mujer entre a una capilla católica a enseñar las tetas.
La ventaja que tiene Pedro I, El Mentiroso, es que ya no hay republicanos educados, que sepan leer y escribir; tipos, como Ortega y Gasset, que digan “No es esto, no es esto”, y los socialdemócratas que existían en el PSOE ya están en la tercera edad, y los que lo son no pueden mostrarse críticos, porque o les quitan la nómina de la que viven o los expulsan sin esas zarandajas burguesas de los expedientes, y demás formalidades que tanto respeto les producen a los fachas.