Este jueves el Vaticano se convirtió en el majestuoso escenario de los funerales del emérito Benedicto XVI. La iglesia católica, como todas las iglesias e incluso como la misma democracia, sin liturgia sería difícil de entender. Forma parte esencial de la institución más antigua del mundo. Es verdad que con el paso de los siglos, la liturgia se ha ido modificando pero nunca ha renunciado, ni lo hará, a la majestuosidad de sus ritos. Y no se trata de puro atrezo, se trata de poner de relieve una forma especial de dirigirse a Dios en los momentos claves de la vida de cualquier creyente. En este caso se ha tratado, nada menos, del momento clave que supone la muerte de un hombre que fue Papa y antes y después de ello, un hombre bueno.
El Papa emerito, para muchos creyentes, destilaba la belleza de la inteligencia. Le gustaba leer, hacerse preguntas, se emocionaba con Bach, tocaba el piano y le gustaba el silencio. Era un hombre sabio cuyos escritos, llenos de razón y de fe, de preguntas y respuestas, ya forman parte de la historia de la Iglesia. Sus escritos sobre la infancia de Jesús fueron auténticos ‘best seller’ resultado de profundas reflexiones en las que supo aunar razón y fe como nunca antes se había hecho. Su categoría intelectual es irrebatible, incuestionable. Su sabiduría unida a su natural timidez y su indisimulado deseo de humildad han hecho de Benedicto XVI un personaje pendiente de un estudio profundo de una personalidad tan sutil como excepcional.
El ya fallecido Papa emérito nos ha dejado la lección de saber retirarse a tiempo. Ahora se especula sobre las razones profundas de esa decisión sin duda revolucionaria y que humaniza su figura. Cuando una persona, sea cual sea su status, asume que le faltan fuerzas para abordar nuevos tiempos, es una señal de inteligencia y humildad proclamar “hasta aquí han llegado mis fuerzas”.
El emérito fallecido y su sucesor han respetado sus respectivos territorios y el Papa Francisco ha tenido con él una relación entrañable. Son dos figuras muy distintas. Ambos son hijos de sus circunstancias, con su propio carácter, con sus virtudes y carencias pero los dos, a lo largo de los últimos diez años, han dado ejemplo de una convivencia excepcional.
Son distintos pero iguales. Ambos han entregado su vida a Dios y aunque algunos se empeñen en catalogar a uno como conservador y a otro como progresista, lo cierto es que los cambios introducidos por el Papa Francisco no han puesto en cuestión nada de lo que defendía Benedicto XVI, ni se ha modificado un ápice la doctrina de la Iglesia. Cosa distinta es que el Papa Francisco tenga otra forma de comunicación y eso mismo ocurrirá con el que, en su momento, sea su sucesor.
La historia demuestra que la Iglesia Católica, con todos sus fallos, sus pecados y sus errores, es una institución capaz de superar todas las crisis imaginables. Benedicto XVI, consciente de esa crisis que él conocía bien y de sus escasas fuerzas para hacerle frente optó por retirarse y dar paso a otro con más energía. En estos diez años de silencio ha sabido esperar con paz el fin de su vida, sin hacer ruido, en silencio. Se imaginan a un político diciendo que se va porque no puede o no sabe como hacer frente a una crisis?. El Papa conservador tomó una decisión revolucionaria propia de un hombre bueno.