En las sociedades occidentales y las denominadas avanzadas nos preocupa mucho la protección de la infancia. Paradójicamente en el mundo hay países donde los niños son utilizados para la guerra, como esclavos laborales y sexuales, para tráfico de órganos, para tráfico de armas o de droga. Son niños con la infancia robada, por la pasividad de las autoridades nacionales e internacionales.
En África, decenas de miles de niños han sido secuestrados por los distintos grupos armados, obligados a aprender el oficio perverso de la guerra y reconvertidos en auténticas máquinas de matar. Para ellos “matar no es un pasatiempo, sino la garantía de la supervivencia. Si matas, no te matan…”
Para algunas personas que ejercen labores humanitarias en ciertos países africanos, desde hace décadas, su sueño a perseguir sería que “los gobiernos occidentales se comprometiesen a poner fin al uso de niños soldados en las guerras y al vergonzoso tráfico de armas y diamantes ensangrentados”.
En el libro de Gervasio Sánchez sobre “Salvar a los niños soldados” se pueden leer momentos dramáticos y espeluznantes relatos de las vivencias de algunos de esos niños: “yo maté a uno, le saqué el hígado y lo coloqué en un puchero. Era obligatorio beber la sangre o utilizarla para lavarse la cara y las manos. No había elección. Te mataban si te negabas, Como teníamos hambre, nos comimos las vísceras con pollo y arroz…”
Lo peor de todo es que, desde la ONU a través del cuerpo de los “cascos azules” necesita un triunfo diplomático internacional, tras sus rotundos fracasos en Somalia y Ruanda, el ridículo en Angola, la humillación en Bosnia-Herzegovina ola pasividad en Timor Oriental. De nuevo, aparecían en Sierra Leona con toda su crudeza el síndrome africano y la ineptitud internacional, continuando con total impunidad la constante violación de los Derechos Humanos.