Más allá de los sobresaltos a los que los españoles nos estamos acostumbrando hasta normalizarlos, ha llegado la hora de poner pie en pared, de sacar la cabeza del agujero y hacer una valoración serena y responsable de lo que está pasando y que, de alguna manera, estamos consintiendo. España no puede estar sometida al capricho de los independentistas, ni catalanes ni vascos ni a ninguno. Sus demandas no pasarían de aspiraciones si no tuvieran al otro lado de la mesa a un interlocutor dispuesto a todo con tal de aferrarse al sillón de la Moncloa y esto es lo verdaderamente grave. Cada exigencia separatista ha sido aprobada por el presidente del gobierno, a pesar de contradecirse una y otra vez, recurriendo, cansinamente, a sus “cambios de opinión”, que, dejémonos de historias, no son tal, son un trágala que humilla a todos los españoles y cuya factura, que será grande, pagaremos ustedes y yo. De indultos, amnistías, fugas de delincuentes y cupos catalanes, los ciudadanos asistimos como sufridores al aquelarre de nuestro país. No tengo ni idea de lo que dirían los españoles si son llamados a urnas, es posible, visto lo visto, que Sánchez pudiera ganar unas elecciones, pero, si así fuera, sería con la verdad por delante, porque ahora sabemos cosas que en las últimas elecciones se nos ocultaron, ni los propios militantes socialistas fueron consultados, como prometió Sánchez cuando se hizo, de aquella manera, con el aparato del Psoe, las bases participarían en la toma de decisiones y serían consultados, otra mentira de Sánchez que está abonado a “el fin justifica los medios”, en una versión que nada tiene que ver con la idea original de Maquiavelo.
Sánchez quiere el poder por el poder y al precio que sea. Es preocupante el silencio de nuestro gobierno sobre el pucherazo venezolano, porque ¿quién nos dice que Sánchez no tiene esos pájaros en su cabeza? La democracia hay que cuidarla y aquí se está manoseando sin escrúpulo de ningún tipo y después se alarman porque crecen los partidos más radicales. Crecen y lo hacen con votos de los españoles que hartos de tanta miseria política buscan refugio en posiciones más duras que castiguen a quienes están destrozando España sin dolor, sin principios y sin respeto a los españoles. Cada cesión a los independentistas es una bocanada de aire fresco para los radicales que, sin duda, seguirán creciendo. Eso sí, cualquiera que se atreva oponerse a las decisiones de Sánchez, será tildado de fascista y desterrado de una democracia que construimos entre todos y que unos pocos se están cargando. Si, son unos pocos porque fuera del gobierno nadie entiende las actitudes y las cesiones de Sánchez, quiero ver a los diputados socialistas de Extremadura, Castilla o Asturias votando a favor del cupo catalán y en contra de los intereses de sus territorios y, ya de paso, de sus principios porque se suponía que el socialismo protegía la igualdad y la solidaridad y lo que está haciendo es todo lo contrario. Será una papeleta complicada porque la inmensa mayoría de los diputados socialistas viven del sueldo de la política y Sánchez es especialista en cortar cabezas sin despeinarse, que se lo pregunten a Ábalos o a Carmen Calvo o a tantos otros a los que Sánchez ha mandado al otro mundo político. La última de Sánchez fue su viaje a países africanos, en uno de ellos dijo que los inmigrantes serian bienvenidos a España y, al día siguiente en otro país hablo de que los irregulares “serían deportados”, otro cambio de opinión express de Sánchez. En la España de Sánchez ya no existe la separación de poderes, ni una idea clara de la unidad de España, ni líneas rojas ni nada de nada, solo queda la ambición sin límite de un individuo que, de la mano de su socio Zapatero nos lleva al precipicio. Podemos callarnos, pero eso nos convertirá en cómplices y, con su permiso, yo por ahí no paso. ¿Y usted?