La semana pasada Santiago fue la capital de la Inteligencia Artificial (IA) acogiendo un congreso que congregó a 1.600 personas de 53 países que a lo largo de cuatro días escucharon ponencias de expertos y participaron en talleres y debates sobre esta tecnología que representa un punto de inflexión en la historia de la humanidad.
Es importante escuchar a los que saben para conocer los logros y beneficios de la IA, sus potencialidades y los desafíos que entraña esta “revolución tecnológica” que tiene aplicaciones en todos los sectores de actividad, desde la investigación, la sanidad, la enseñanza y las finanzas, hasta la agricultura, la industria y la energía, la logística y el transporte. En consecuencia, su impacto se extiende a nuestras vidas de múltiples formas.
Uno de los sectores en el que la IA impacta de manera especial es en el trabajo. En enero de este año el Fondo Monetario Internacional (FMI) vaticinaba que “hasta un 60% del empleo podría desparecer o sufrir modificaciones ante la irrupción de la IA” y hace tres meses, el polémico Elon Musk anunciaba que en 2025 pondrá a trabajar a robots humanoides en sus fábricas de Tesla.
La preocupación por la pérdida de empleos es pertinente. Una Encuesta de Percepción Social de la Innovación en España de la Fundación Cotec y Sigma 2 concluye que el 51% de los españoles cree que la revolución tecnológica creará más empleos de los que destruya. Pero la percepción es distinta según las autonomías. Los gallegos son, con los madrileños, los más temerosos ante un futuro gobernado por la IA y el 51,1%, cree que su trabajo podrá ser realizado por un robot o un ordenador en los próximos 15 años.
¿Se cumple la profecía de “El fin del trabajo” que formuló Jeremy Rifkin?. No necesariamente. Es verdad que la IA destruye trabajos repetitivas, rutinarias y de poco valor añadido. Procesos productivos, atenciones básicas al cliente o procesamiento de datos ya son realizadas por máquinas, lo que aporta mayor eficiencia y reducción de costes en muchas empresas. Pero en paralelo, nacerán otras profesiones que solo desempeñarán las personas formadas, lo que implica un aprendizaje permanente que capacita para ejercer los nuevos trabajos que surjan al amparo de la IA.
Un apunte final. El poder de la IA para transformar industrias, crear nuevos conocimientos y resolver problemas complejos es innegable, pero su desarrollo y uso deben estar guiados por principios que garanticen cierto control y el respeto a la dignidad humana. Lo apuntó Stephen Hawking: “La creación de la inteligencia artificial puede ser el evento más grande en la historia de la humanidad. Pero también puede ser el último, a menos que aprendamos a evitar los riesgos”.
Consuela saber que la IA nunca va a caminar sola, jamás podrá prescindir del conocimiento y la creatividad del ser humano.