Es algo así como convertir el interior en una salida de emergencia para encontrarse con los demás. Una sublevación, una necesidad de rehacerte en un libro, la locura de inventar un mundo, otro mundo, la insensatez de crear personajes que transiten por él. Una chaladura, una intrepidez, un acto de rebeldía: contra la muerte, contra el olvido.
¿Por qué escribe? ¡Escribo porque me sale de dentro!, dijo Orhan Pamuk, escritor nacido en Estambul, Premio Nobel de Literatura en 2006. No imaginan la de veces que he leído y releído su emocionante discurso, en la entrega oficial del galardón, de título «La maleta de mi padre», un canto al amor a los libros, a la naturaleza de la escritura y al propósito final de la literatura. Leemos una novela e imaginamos un mundo al que nunca hemos ido, que no conocemos bien o que ignoramos por completo. También hacemos ese mismo viaje a lo más profundo de alguien, un personaje, cuya alma se parece en todo o en nada a la nuestra. Son esos momentos, cito a Pamuk, en que se agitan en nuestros corazones la tolerancia, la modestia, la ternura, la compasión y el amor: «la buena literatura no apela a nuestro poder de juzgar sino a nuestra capacidad de ponernos en el lugar de otros».
Queridos escritores, les dedico esta columna dado que ayer ustedes también tuvieron su día dé: Día internacional de los escritores. ¿No es hermoso formar parte de una comunidad, la de los narradores de historias, que se remonta a los albores de la sociedad humana? Se aprende a escribir leyendo y escribiendo, escribiendo y leyendo, como cualquier otro oficio que se adquiere por un sistema de aprendizaje, pero escogiendo uno a sus maestros. Algunos están vivos, otros muertos.
Escojo, por ejemplo, a Susan Sontag, una mujer escritora que dijo yo y descubrió que verbalizarse significaba comprenderse; dijo yo y comprendió que su piel era el testimonio sensible de su relación con el mundo, que su dolor era el mismo dolor de los demás, y que era fundamental decirlo. Imperturbable, apuntando directa al corazón, narró el pesar de la condición humana, el malestar del mundo de su época. ¿Por qué escribe usted? A esta pregunta también respondió Margaret Atwood, enfadada: «¡porque soy escritora! Porque he de hacerlo, porque quiero dar testimonio».
Estoy pensando: ¿Por qué brilla el sol? Después mezclo lo que veo, con lo que pienso y lo que siento, y dejo que estas palabras hagan su trabajo.
¿Es fácil este oficio? No, si fuera fácil no valdría la pena hacerlo. El desafío está ahí. Termino con unas palabras de Amos Oz: «Sólo yo y el vacío y la desesperación. Ponte a sacar algo de la nada en absoluto».