Un país que no se respeta a sí mismo tiene un futuro mas bien negro, y ese respeto lo tienen que protagonizar los ciudadanos pero, sin duda alguna, también los representantes políticos y las instituciones.
La última decisión del Tribunal Constitucional tiene que ver con el recurso presentado por algunos parlamentarios sobre la fórmula de juramento o mejor dicho de promesa de la Constitución a la hora de tomar posesión como diputados. Me parece que el debate es interesante y nada fácil de resolver.
El antecedente es que en 2019 algunos diputados, a la hora de prometer acatar la Constitución, lo hicieron diciendo unas cuantas “boutades”, unos prometieron que lo hacían por la República Catalana, otros por el Planeta, los de más allá por el amor, por la democracia... En fin, ni siquiera como “boutade” tiene gracia, ya que si a los interfectos no les gusta la actual Carta Magna pueden utilizar sin más la fórmula de la “promesa” por imperativo legal.
Ignoro si los magistrados del Alto Tribunal habrán mantenido una sesuda discusión jurídica aunque me temo que no y que en la decisión no habrá estado ausente la conveniencia política.
Ciertamente prometer acatar la Constitución no supone que no se discrepe de ella y que se aspire a reformarla o incluso derogar y elaborar otra nueva ya que la Constitución no es una piedra sagrada sino un conjunto de leyes. El acto de acatamiento simplemente supone que aceptas las reglas del juego democrático recogidas en el texto constitucional en que además se incluye como reformarlo de arriba abajo.
Por tanto, si un diputado o senador electo es republicano, acatar la Constitución no supone que se tenga que convertir en monárquico sino que simplemente acepta un texto legal respaldado democráticamente por la mayoría de los ciudadanos que votaron a favor de la Carta Magna y naturalmente el diputado en cuestión está en su derecho de intentar modificar el texto constitucional o, insisto, conseguir, vía votos, que se elabore una nueva Constitución.
De manera que acatar la Constitución es eso, acatar una Ley que no tiene por qué ser para siempre pero que es la que permite la organización democrática de la sociedad.
Ya digo que en mi opinión votar por imperativo legal deja a las claras que estás aceptando unas reglas de juego que, puede que no te gusten, pero son las que han elegido la mayoría y que por supuesto no te impide intentar cambiarlas.
Pero eso es una cosa y otra muy distinta tomarse a cuchufleta la fórmula de acatamiento de la ley de leyes y prometer acatar la Constitución porque los pájaros vuelen, las nubes se levanten o por lo ríos corre el agua y convertir una sesión parlamentaria en un espectáculo de colegio.
Si sus señorías no se toman en serio su función difícilmente pueden esperar del resto de los ciudadanos que les tomen en serio a ellos.