Un libro, un amor

Vivir lejos de la casa de la infancia propició que me acomodara a ese extrañamiento que produce la lejanía. Si existe, que existe, un colectivo de hombres y mujeres no a lugar, es allí donde sin dudarlo pertenezco. Pasan los años y lo que echo de menos de mi ciudad natal es un día, un solo día. En mi calendario de nostalgias, el día del libro ocupa un lugar privilegiado.


Estaré viajando a Barcelona mientras lees esta columna. Mañana martes, 23 de abril, día del libro, es su día grande. Se pondrá bien bonita la ciudad condal, vestida de rosas rojas y libros, alejada por unas horas de una política cada vez más incapaz de gestionar emociones, de administrar los afectos que la atraviesan a uno y a otro lado.


Mi músculo rojo era joven en la ciudad olímpica, allí donde el amor escogía siempre declararse en primavera, rosa en mano, en una rambla de camino al mar, pero no hay compañero más fiel y duradero que un buen libro y solo de la literatura sigo siendo amante.


Debió suceder algo así: quiero escribir, quiero ser escritora. Debió suceder año tras año, mientras buscaba la firma de aquellos inventores de otros mundos hechos de palabras y en los que, en general, yo solía sentirme mejor. Pudo suceder, pudo, cuando el escritor Enrique Vila-Matas estampó su rúbrica en mi ejemplar de Bartleby y compañía. Si mañana comparto espacio y tiempo con un autor que admiro tanto mientras yo misma firmo ejemplares de mi último libro, Verde en el tejado, entenderás que mi corazón esté en un precipicio.  Pero no fue entonces, porque lo recuerdo, fue después de leer Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, una de las grandes obras maestras de la literatura hispanoamericana y universal, que yo quise, decidí, trabajé y soñé con vincular mi vida personal y profesional a la literatura.


Por estos días, me lo cuentan libreros y lectores, En agosto nos vemos, su novela inédita, está siendo uno de los libros más vendidos en nuestro país. Libreros, lectores y amigos me preguntan al respecto. Pero seré prudente, porque la prudencia es rasgo inequívoco de quienes piensan por sí mismos. Tengo en casa mi ejemplar, fue un regalo de quien sabe que tengo en mi biblioteca la obra completa del escritor colombiano. ¿Lo he leído? No. Todavía no, no más allá de las dos páginas que contienen el prólogo que firman los hijos del Premio Nobel de Literatura. Y no sé si lo haré, me da miedo volver si el recuerdo es tan bello. Pero me alegro si esta publicación acerca de nuevo su obra a quienes todavía no tuvieron la suerte de llegar, me alegro si invita a que la paseemos de nuevo a quienes sí lo hicimos. Que se vendan, compren, lean, ¡regalen libros! Mañana, día del libro, todos los días: ¡repartan afectos! Obsequien amor, que pocas cosas unen tanto a dos personas como un libro.

 

Un libro, un amor

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