Un “master plan” para el acuerdo

Todo depende de cuál sea su problema. Si es la vivienda, los terrenos del puerto le parecerán una oportunidad histórica. Si se dedica a la pesca o cualquier otra actividad portuaria, le preocupará que casi nadie parezca prestarle atención. Si soporta atascos y falta de aparcamiento, dirá aquello de que aprovechen esos miles de metros cuadrados para acabar con el eterno embudo del centro. Si tiene casa y tranquilidad económica ajena a barcos (que no a yates), puede que le parezca que la fachada marítima requiere parques, playas, algún Guggenheim, cosas bonitas, el balcón de la ciudad.


Aunque también es posible que si es de izquierdas o de derechas tenga visiones diferentes sobre los fines a los que se debe dedicar el suelo público, independientemente de los problemas que tenga la gente.


Admitamos que también existe el componente de la ilusión compartida, aunque vaya en contra del pragmatismo económico, incluso de la conveniencia personal. La ilusión es tan importante que muchos desean, por ejemplo, que los fondos municipales se destinen a ser sede del Mundial en vez de a cuestiones más relacionadas con las cosas de comer.


Y naturalmente están ahí los intereses poderosos y sus lobbies. Los que quieren hacer negocio a lo grande o los que lo necesitan corporativamente, como la Autoridad Portuaria, las distintas empresas que pueden participar o las mismas administraciones en términos de comprometer más o menos sus presupuestos.


No seré yo quien critique el “master plan” de la fachada marítima, en parte porque no suena mal, y en parte porque es el enésimo documento, la enésima tormenta de ideas, la enésima fase previa a la fase previa. Eso sí, tengo la sensación de que el despotismo ilustrado, ese de todo para el pueblo pero sin el pueblo, se acabará imponiendo. Al menos en las formas, porque en el fondo lo de “todo para el pueblo” puede quedarse en “un poco” y el resto para la imagen que tenga en mente el déspota.


Que se llame “master” en vez de mestre o maestro ya puede decirnos algo de ideas preconcebidas, conscientes o no, de quienes han participado. Puede que sean de los que ponen en sus correos siglas como ASAP en vez del vulgar “tan pronto como puedas”. Puede que la Torre de Hércules no les parezca el Guggenheim coruñés y se hayan olvidado del fiasco del Gaias. Pero a veces tampoco viene mal un toque esnob para los proyectos. A veces suena la flauta. En Bilbao se hizo muy bien. En Santander, no tanto. En Compostela fue un horror.


En realidad solo se están apuntando líneas maestras (o “master lines”), bases para las bases de un concurso. Y es un inicio de acuerdo. Así que bienvenido sea. No sé si después será conveniente una encuesta (otra vez) o una gran campaña de comunicación o recuperar la idea de ese plan estratégico común que siempre suena bien aunque luego ni siquiera se aprueben los presupuestos anuales. Lo que de verdad importa es que el consenso sea real y no acabemos volviendo a empezar, que es una modalidad de ejercicio del poder político cada vez más de moda.


Porque imagínense que llegue un alcalde a lo Trump y el primer día de mandato firme medio centenar de “órdenes ejecutivas”: ni “master plan”, ni fachada marítima, ni tranvía, ni edificio icónico, ni multiusos. Un “trumpiño” que tumbe todo lo que hayan querido hacer los anteriores. En el fondo ha habido mucho de esto en la ciudad, entre PSOE, PP y Mareas en los 20 años que llevamos de retraso. Así que alcáncese un consenso real, véndase un proyecto de ciudad ilusionante que también responda a intereses mayoritarios, y manténgase a lo largo del lote de años que quedan por delante hasta que se convierta en realidad. Porque, a esta velocidad, los problemas de vivienda, atascos o pesca se arreglarán solos por defunción.

Un “master plan” para el acuerdo

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