Los días se alargan queriendo acercarse a la noche, el sol asoma a ratos con la promesa del calor que nos traerá en los próximos meses y en la agenda, organizada por etiquetas y colores, se cuela la fecha del 19 de marzo. Casualidades o no la prensa se hace eco de mi nuevo reto profesional. Mi inicio como directora de Nordés Club Empresarial coincidió con el cumpleaños de mi padre, el anuncio de mi nombramiento en Demadi con el día del padre. Me gusta creer que estás ahí como testigo.
Convención o no, esta semana asaltan los recuerdos. Los tuyos como padre, los tuyos como hijo. Los míos como hija, los míos como nieta. Reposando entre las películas de DVD que ya nunca nadie volverá a ver y los álbumes de fotos familiares, todos forrados, todos con tela de loneta a rayas burdeos de algún remate de Retales Orillamar, se encuentran las cajas de fotos sin clasificar. Rebusco alguna que me cuente una historia especial, que me permita viajar en el tiempo, a modo de homenaje y celebración de las paternidades. Ahí está, Don Albino, apostado detrás de la barra del Derby, su Derby de Vigo, erguido, sonrisa sincera y una elegancia que, sin duda, en gran parte adquirió en su emigración bonaerense, y otra tanta la traía de serie. El Derby cerró sus puertas cuando yo apenas acaba de aprender a hablar, así que me permito viajar a ese gran café desde las memorias prestadas de artículos, libros, historias destiladas por mi padre y los recuerdos de quienes vivieron esos tiempos y aún están aquí para contarlas.
Pregunto también a los objetos que atesora mi madre en uno de los muebles del salón, las cafeteras de plata, engalanadas con el logotipo del Derby Bar en su lomo, que confiesan los muchos cafés servidos desde 1921, las tazas de chocolate, plateadas por fuera y loza por dentro, para alinearse con la elegancia del local y a la vez mantener el calor al que aspiraban los fríos de damas y pequeños en las tardes de invierno, el azucarero soltero de algún juego de té que acompañó a los más sibaritas.
En ese indagar, visito los distintos espacios del local del Edificio Escalera que albergó uno de los puntos de encuentro de la intelectualidad viguesa. Entre las columnas de espejos, serpentea el olor al café de las mañanas, escucho las voces de Casal o Valbuena desde el salón anunciando las comandas, siento la agilidad de Pepe y Baldomero detrás de la barra. En el puesto de mando, la caja registradora, Doña María, mi abuela, menuda en estatura, firme en carácter. Vigilando todo, Don Albino, mi abuelo, talante afable, curioso por naturaleza, discreto por profesión.
Me cuelo por las rendijas de memorias ajenas y soy testigo de las idas y venidas de tertulianos cotidianos e ilustres, que se mezclan con visitantes esporádicos y anónimos, viajantes viajeros y familias de domingos de mañana. Cada tramo horario recogía sus habituales, los encuentros más rápidos de los profesionales afincados en la zona, abogados, procuradores como Celso Emilio Ferreiro, o médicos como mi padrino, Ricardo Sanmartín, que compartían barra con artistas como Camilo Nogueira o Victoriano Taibo. Las tertulias intelectuales del café de la tarde a las que se unían, en sus descansos, los músicos del Trío Corvino. Espacios de debate donde, siempre desde el respeto, se compartían ideas políticas, artísticas y del devenir de la vida. Pintores como Laxeiro de horas sin horas, que encontraban en las mesas de mármol un excelente papel para expresar su creatividad, casi nunca entendida por los camareros que se las veían y deseaban al cierre del café para invisibilizarla.
Observo a mis abuelos, testigos de todos esos momentos, cada uno con su talante y me veo. Me reflejo en el espejo de la abuela María, recojo su estatura, sus pies pequeños y con juanetes que calzo en los zapatos negros de ante y grogrén de la boda de mis padres. Camino desde ahí, firme y sin dejarme amedrentar por comentarios rubricados por la envidia. El espíritu emprendedor, las ansias de aprender, el liderazgo del abuelo Albino; por algo soy la única de sus nietos que creó empresa y se lanzó a la aventura de viajar por el mundo. Observo a mi padre, que pasó de Albinito a Albino, primero abogado, siempre en el fondo, periodista. Me reflejo en su insaciable curiosidad, su incuestionable capacidad relacional, su apertura mental. Sigo sus pasos, sin haber crecido en el Derby pero segura de que ese gran café, recorre también mis venas, y reflejo de lo que decía Carl Jung: “Los niños son educados por lo que el adulto es y no por lo que dice”.